En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes". Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: "No temas: desde ahora serás pescador de hombres". Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra de Dios
Reflexión: Monseñor Luis Alberto Fernandez | Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Buenos Aires
Queridos amigos la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios, y lo comprobamos en tantas razones y actitudes de los hombres que nos dejan perplejos; cuando se dictan leyes contra la propia naturaleza humana, cuando se dan razones para aniquilar vidas, o para poner a niños como soldados, cuando egoístamente se deja de lado el bien común. Sabiduría del mundo, que a veces, discrimina pensando que algunos no sirven para nada y que es mejor la eutanasia, a otros se los ignora como sobrantes, cuando no hay vivienda o trabajo para todos, o educación o salud. Sabiduría del mundo que a veces se desentiende de Dios, que se las puede arreglar sin Él, y sólo algunos lo reciben, cuando Dios no contradiga sus pensamientos. Sabiduría humana que quiere construir a Dios a su medida y necesidad, aún con buenas intenciones, la sabiduría humana no basta para comprender el sentido pleno de la existencia de la vida.
Por eso, el creyente cristiano no pone toda su confianza en las circunstancias, en los acontecimientos, en sus pensamientos y seguridades que le pueda brindar la vida, ya sea con estudio, familia, trabajo; sino que todo lo sabe mirar, y lo subordina y lo pone en la presencia del Dios de la vida. Porque comprende que lo puede tener todo, pero faltarle lo esencial, la fuente y el origen, el camino y orientación que lo conduzcan a esa vida plena y para siempre; que no se la da ni él mismo, ni ninguna otra realidad fuera de la presencia de Aquel que se manifestó venido del Padre, Dios y Señor de la historia, el primero y el último, alfa y omega, por quien y para quien fueron hechas todas las cosas, Cristo, nuestro Salvador.
Así lo comprendieron y lo enseñaron Pedro y los apóstoles en el Evangelio que acabamos de escuchar. Estaban pescando a la orilla del lago de Genesaret, hasta que escucharon a Jesús, y aunque seguían apoyados en sus seguridades del trabajo cotidiano del que vivían, la pesca; cuando lo vieron obrar milagros y sobre todo se sintieron llamados a participar a una tarea grandiosa de ser pescadores de hombres, luego de caer de rodillas y reconocer al único Señor de la vida y de la historia, abandonándolo todo, lo siguieron.
Como queremos hoy nosotros, cada día, ser fieles y seguir al Señor mar adentro, como nos pidió el recordado Papa Juan Pablo II al comienzo de este nuevo milenio, mar adentro, como les dijo Jesús a los apóstoles. Si nosotros en medio de este mar inmenso que son la realidades, desafíos y la historia de cada día, no tememos y nos vamos mar adentro, porque confiamos en la única seguridad que es este amigo Jesús, que conduce la barca y nos da confianza para seguirlo sin temor.