En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desgraciados. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros.
Palabra de Dios
Reflexión: Monseñor Estanislao Karlic | Obispo emérito de la Arquidiócesis de Paraná
Queridos hermanos, el Evangelio de hoy me hace pensar en la identidad cristiana, y para saber qué somos los cristianos tenemos que pensar en Jesucristo.
Me acuerdo de una expresión muy clásica en la doctrina cristiana, que dice así “El Hijo de Dios se hizo hombre, para que el hombre se haga hijo de Dios”. Somos llamados a hacernos hijos de Dios, participando del misterio mismo de Jesucristo, el Señor es el que nos regala esta maravilla, y esto lo hace en nuestro bautismo. Cuando nuestros padres nos llevaron a bautizar, quisieron que nosotros llegaramos a ser hijos de Dios, después de haber nacido del amor de ellos. Nosotros, entonces, tenemos que saber que verdaderamente somos hijos de Dios, no solamente se nos llama, sino que somos, y si eso es verdad, tenemos que vivir como tales.
Y es lo que nos dice el Evangelio de hoy, “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”, nos dice Jesús. Por eso la ley nuestra es el amor, y es el amor misericordioso, tenemos que amar a todos, sin excluir a nadie. Qué maravilla, qué corazón amplio, nace un hombre, nace un destinatario de nuestro amor. Eso es los que debemos comprender los que nos confesamos cristianos, tenemos que amar a todos; y no de cualquier manera, sino tenemos que amarlos con la gratuidad de Jesús, que murió para salvarnos a todos nosotros. Esa es la verdad de la conducta cristiana.
Y no creamos que esto es utopía, como nos pueden decir muchos; no fue utopía en la Virgen, no fue utopía en los santos, no es utopía en los santos que hoy viven, no fue utopía en Teresa de Calcuta, no fue utopía en Juan Pablo II, y en tantos que hoy viven en el mundo, tantos varones y mujeres que confiesan a Jesucristo. No es utopía porque Dios nos da la fuerza, así nos deben enseñar en el Catecismo, así lo quiso decir, y lo dice, estupendamente el Catecismo de la Iglesia Católica, que fue un regalo que Dios nos hizo por Juan Pablo II.
El Señor no manda sino aquello para lo cual capacita, nos ha capacitado para esta conducta. Miren qué lección para nosotros argentinos, para nosotros de este tiempo, para nosotros de este mundo donde tantas armas se hacen, se construyen, se perfeccionan; nosotros creemos que estamos llamados a amarnos, a amar al enemigo, a amar aun a aquel que nos mata, como hizo Jesús, y hacen, imitando a Jesús, los mártires de siempre y de hoy.
Que el Señor los bendiga.