En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaum. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: "Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga". Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: "Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace". Al oír esto, Jesús se admiró de él, y, volviéndose a la gente que lo seguía dijo: "Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe". Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Palabra de Dios
Reflexión: Monseñor Carlos Ñañez | Obispo de la Arquidiócesis de Córdoba
La Iglesia nos presenta hoy, en el Santo Evangelio, una escena realmente conmovedora, una escena que ha quedado grabada en el corazón de la Iglesia, a lo largo de los tiempos.
Podemos destacar algunos elementos, en primer lugar, la bondad del centurión; se trata del representante de un poder dominador, alguien que puede estar en una posición de poder y de cierta arrogancia. Sin embargo, en el Evangelio dice que quiere mucho a su servidor y se preocupa por su salud, es una persona que, además, está atenta a lo que oye decir acerca de Jesús, entonces, le pide su ayuda.
Otro detalle importante, el testimonio que los judíos dan del centurión, porque le dicen a Jesús que es una persona que ama la nación de los judíos, que incluso ha tenido el gesto de construirles una sinagoga.
Junto a la bondad del centurión, se destaca también la humildad; envía mensajeros para interesar a Jesús, y cuando Jesús está acercándose a su casa envía nuevos mensajeros, primero para no incomodar más a Jesús, pero también, y esto es conmovedor, el centurión explica por qué envía mensajeros y por qué no va él, dice “porque no se siente digno”, ni de que Jesús vaya a su casa, y ni siquiera de él estar en su presencia. A través de los enviados, renueva una súplica totalmente confiada, “basta que digas una palabra y mi servidor se sanará”. Esta humildad y la confianza, que siempre van unidas, porque la humildad cuando es auténtica engendra confianza, suscita la admiración de Jesús, y obtiene lo que el centurión pide. Pero esto es realmente interesante, lo conmovió a Jesús, “no he observado en Israel tanta fe”; entonces se demuestra que son actitudes claves en el proceder de un creyente, de alguien que quiere ser de veraz discípulo de Jesús, la humildad y la confianza.
Es una escena conmovedora que ha impactado en el corazón de la Iglesia a través de los tiempos, porque, si nos fijamos bien, en la celebración de la Eucaristía, que es el culmen y el centro de la vida de la Iglesia, nosotros, todos los días, repetimos, de alguna manera, la súplica del centurión, “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, basta que digas una palabra”.
El desafío, me parece que es, que esto no sea una rutina, algo que decimos por costumbre, porque ya está establecido y tiene que ser así en la celebración, más aún, que no sea sólo algo que digamos en la celebración, sino algo que allí alcance su culmen, pero es algo que uno trata de prolongar, a lo largo de toda la jornada, en toda la vida, vivir con humildad y vivir en una permanente confianza para con Dios, nuestro Señor.
¿Lo intentamos? Creo que vale la pena. El Señor seguramente nos va a ayudar. Mi saludo cordial para todos.