En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: “Auméntanos la fe.” El Señor contestó: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y os obedecería. Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis: ‘Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.””
Palabra de Dios
Monseñor Damián Bitar | Obispo auxiliar de la Diócesis de San Justo
En el relato evangélico que acabamos de escuchar, Jesús dice a los discípulos que si tuvieran fe como un grano de mostaza, podrían trasladar un árbol o una montaña sólo con darle una orden.
Evidentemente se trata de una metáfora, porque ni Jesús ni sus discípulos, ni siquiera luego de la resurrección, movieron árboles o montañas con una palabra.
Por lo tanto Jesús no está invitando a sus discípulos a mover árboles con el pensamiento, sino a buscar su crecimiento en la fe. De hecho ellos mismos le habían pedido que “les aumentara la fe”.
La fe puede desarrollarse poco a poco hasta alcanzar un poder extraordinario, así como del pequeño grano de mostaza, puede originarse una planta de grandes dimensiones.
Este texto expresa de un modo didáctico la posibilidad para el que cree, de realizar lo que humanamente parece imposible. La fe exige abandono y confianza. La fe da certeza, apoyo, seguridad, consistencia.
Esta imagen evangélica, muy elocuente, es muy clara: nada debe quedar fuera de nuestra fe. Por eso la fe nos lleva “a mover”, a generar un movimiento y a que las cosas no queden como estaban. Y cuando todo parece imposible, cuando parece que no hay salida ni fuerzas, la fe será la fuerza de nuestra debilidad y la fragilidad de nuestra condición humana será más inconmovible que los obstáculos. Por eso creer es justamente, caminar sobre las aguas, pero sobre aguas que, para quien sabe caminar sobre ella “sin dudar”, ¡se convierten en roca!
Pero este poder, que Dios puede concedernos, según narra este texto del evangelio, no debe hacernos sentir que somos grandes o admirables, ya que el poder y los dones que provienen de Dios, tienen como finalidad el servicio humilde y sencillo a Dios y al prójimo, en definitiva, saber que sólo somos su instrumento de amor.
Es lo que San Pablo expresaba al decir: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Todo lo que tenemos o somos viene de Dios…
“Fortalece mi fe, Dios mío, para que confíe en tu poder y crea verdaderamente que tú pueden intervenir en este mundo; y lléname de tu confianza humilde, que sabe que el poder es tuyo, y que nosotros dependemos de ti”