Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
En el evangelio que compartimos hoy, Mateo 7, del 15 al 20, con el que vamos llegando al final del sermón de la montaña, Jesús nos habla de la búsqueda de la felicidad. El consejo concreto que nos da el Señor es que nos cuidemos de los falsos profetas. El verdadero profeta es aquel que anuncia y denuncia, pero siempre de parte de Dios. Vos y yo también estamos llamados a la plenitud, a la felicidad, a ser instrumentos de Dios, y para llegar a eso, podemos pensar algunas ideas:
En primer lugar, tené buen ojo. El buen profeta es aquel que primero es buen discípulo, el que sabe escuchar, ver, discernir y después recién actuar. Por eso Jesús dice expresamente eso: “tengan cuidado de los falsos profetas”. Tener buen ojo es no salir corriendo frente a la primera “novedad”, sino parar, tomarme mi tiempo y preguntarme si eso que me presentan es bueno, es verdadero y es necesario. Para este mundo que nos llama constantemente al consumo, parar parece no ser una opción válida, pero lo necesitamos. Parar para discernir no solamente lo que queremos, sino especialmente lo que Dios nos pide. Porque por ahí va nuestra felicidad. Tenga 14, 17, 40, 50 o 70 años, cada tanto tengo que saber parar para revisar el camino andado y buscar la senda que voy a transitar. El evangelio de hoy te invita a esto, a pensar si estás teniendo buen ojo o estás yendo detrás de un falso profeta. ¿Qué busca tu corazón? ¿Sabés reconocer un falso profeta cuando lo ves? Hay mucha gente que a lo mejor en tu vida aparece y va alejando de quien sos, ofreciendo cosas que borran tu identidad. Por eso, pedile a Dios un buen discernimiento. Tené buen ojo y no vayas detrás del dinero, del poder, del éxito, de los vicios. Andá detrás de Jesús, que es el único que puede llenar tu vida de verdad. Acordate que Dios nunca se olvida de los deseos de tu corazón.
En segundo lugar, no dejes de anunciar. Por el bautismo, que es un don de Dios, ya recibiste la misión de anunciar. El mayor anuncio que podés hacer es tu vida misma. Poné a Dios en el medio de todo y vas a dar anuncio. No es hacer mucho, sino dejar que Dios actúe y nos ayude a vivir en la coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos.
¿A qué te llama Dios hoy? ¿Ya descubriste tu misión? ¿Sos instrumento para que tu hermano se encuentre con Jesús? Predicá con el ejemplo, no quieras tener todas las respuestas, hacete buenas preguntas y dejá que Dios sea Dios.
En tercer lugar, por los frutos los reconocerán. ¿Cómo descubrir la voluntad de Dios? Por lo que queda después. Acordate que Dios te quiere regalar plenitud, y la plenitud consiste en tener paz y alegría en el corazón. El Señor hoy te da la clave: los frutos. Preguntate seriamente qué queda después de hacer lo que hacés, pregúntate qué queda después de preguntarle a Dios qué soñó para tu vida. El Señor no juega a las escondidas con vos, te da señales. Pedile la gracia de reconocerlas y convertite vos también en una señal para la vida de tus hermanos. Tomate tu tiempo y no te desesperes, porque Dios te da, a veces te quita, pero luego te explica. Dejá que Dios sea Dios.
Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.
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