No, Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero igual vienes, tú que cuentas con los frágiles. No soy digno de desatar tus sandalias, pero tú me calzas las botas del reino y me envías a ser buena noticia. No soy digno de servir en tu mesa y tú me sientas a ella para darme el pan, la paz y la palabra. No soy digno de llamarme profeta, y tú me das una voz para cantar tu evangelio. Me descubro tan distante, tan a medias, tan herido de tibieza, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
(José María R. Olaizola, SJ) Fuente: rezandovoy.org