Misionar, se trata de aprender a amar

martes, 4 de febrero de
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Albert Camus decía que “Si aquellos a quienes comenzamos a amar pudieran saber cómo éramos antes de conocerlos… podrían percibir lo que han hecho de nosotros.”

Leí esta frase, y me puse a pensar en las experiencias de misión, yo siempre digo que cuando volvemos de misionar, volvemos transformados por el milagro del amor que se hace presente en cada persona que conocemos.

Pero, quizás, quienes visitamos cuando misionamos no son conscientes de eso que generan en nosotros ya que se supone que nuestra tarea como misioneros es llevar la luz de Cristo y por tanto ser nosotros los que provocamos alegría, los que damos esperanza, y sin embargo, más allá de que lo hacemos o lo intentamos, (coincidirán conmigo quienes hayan misionado) casi siempre somos nosotros los que volvemos a nuestros hogares llenos de alegría y mucho más fortalecidos en la fe.

La experiencia de misión te cambia, inevitablemente, no somos los mismos después de pasar una semana en un lugar muchas veces desconocido, con gente a quien tampoco conocemos pero convencidos de que estamos ahí para servir a esas personas. Aún así, no es que la experiencia te cambia mágicamente, no basta simplemente estar ahí, lo que te cambia es precisamente aprender a amar.

Sí, la misión consiste en eso en aprender a amar. Misionado comenzamos a amar a otros, a gente quizás muy distinta a uno, a gente que quizás ya no vemos después de la misión, a gente para quienes nosotros aún no somos nadie, pero la aprendemos a amar intensamente como si fueran nuestro amigos o familia y eso es lo que nos transforma.

Esa gente que cuando estamos misionado nos hace pasar a su casa, quizás no le sepa para nos hace más serviciales, más amables.

Esa gente que nos convida un mate en la misión, nos hace más compañeros, más fraternos.

Esa gente que nos cuenta su historia y escucha la nuestra nos hace estar más atentos, más abiertos a percibir lo que le pasa al otro.

Esa gente que nos abraza al despedirnos, nos hace más cercanos, más demostrativos.

Esa gente que nos sonríe, nos hace valorar más las pequeñas cosas, los gestos sencillos.

Esa gente no lo sabe porque no nos conoció antes, pero desde el momento en que comenzamos a amarlos, nos hace mucho más humanos.

Así que gracias a toda esa gente con la que me cruce misionado, porque aunque no lo sepan hoy soy un poco mejor gracias a haberlos amado, y es que el amor tiene eso de maravilloso más damos y más nos vuelve.