Viernes 14 de Febrero del 2020 – Evangelio según San Marcos 7,31-37

jueves, 13 de febrero de
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Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.

Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”.

Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

 

Palabra de Dios


Padre Marcelo Amaro sacerdote jesuita

 

Qué bueno que es cuando alguien te recibe de corazón con cordialidad y apertura; esas personas que te toman enserio y que te dedican la atención cuando querés expresarte con transparencia. Es que nosotros como tantos, tenemos la necesidad de ser escuchados, atendidos; quizás, para recibir algún consejo, o simplemente alguien que se anime a compartir nuestros sentimientos y preocupaciones.

Algo de eso pasa en este precioso Evangelio. Había un hombre con un gran problema para la comunicación: un sordomudo.

La sordera represente el no poder escuchar al otro; pero todos conocemos o sufrimos también sorderas espirituales, aquellas que muestran la incapacidad de hacer lugar a otra persona, de ser empáticos, de sentir con el otro. La mudez, es no tener posibilidad de hablar; pero puede implicar también, cuando la mudez es interior, la incapacidad de expresar lo que llevamos adentro. La incapacidad de hablar desde las entrañas.

Curiosamente, le piden a Jesús que le imponga las manos… un gesto de sanación para que se obre el milagro. Pero Jesús, va más profundo; le dedica tiempo a este hombre; no se queda solo con la búsqueda de un resultado eficaz de la curación, sino que lo mira, lo atiende, lo toca. Entra en un contacto muy cercano con él, que no solo le muestra su preocupación, sino que le expresa su ternura, su deseo de bien.

Me encanta pensar que Jesús, con su cercanía y amor infinito, va regenerando los lazos que abrirán a esta persona a una comunicación nueva y sana con los demás. Es fuerte y sugerente cómo Jesús culmina estos gestos de sanación y devuelve a este hombre la capacidad de comunicación; lo hace con la palabra “ábrete”.

Hoy, frente al Señor, tal vez, podemos preguntarnos en qué dimensiones de la vida necesitamos abrirnos; o a qué personas o situaciones estamos tan a la defensiva que les cerramos el corazón. Quizás, sean proyectos o la misma vocación que le ponemos barreras para que no nos saquen de nuestra comodidad o seguridad.

Ánimo, dedicale tiempo al Señor, dale la oportunidad para que también Él te lleve aparte, y en silencio te toque el corazón, para que con su ayuda y con tu fe, regenere los lazos de la confianza que te permitan abrirte a la novedad de Dios en ti y la novedad que vos podés ser para el mundo.