Se conmovió hasta el final

sábado, 31 de marzo de

Estos días Santos siempre me permiten contemplar. Empecé anoche. Mientras estaba en la adoración, percibía en el ambiente lo que Jesús sintió aquella noche: miedo, soledad, traición. Me parecía estar allí en el huerto y le repetía a cada momento: Yo estoy aquí, acompañándote! y me salía decirle eso por el deseo de poder retribuir en pequeña medida todo lo que Él ha hecho por mí, acompañándome a cada paso, compartiendo mi alegría y sosteniéndome en la dificultad. 

Fue un lindo momento. Pude rezar como hace tiempo no lo he hecho. Sin temor, sin el ruido del mundo. Solo Jesús y yo, en un encuentro personal y cercano. Tocando a ratos su humanidad dentro de su divinidad y en comunión con gente buena que lo busca tanto o más que yo.

Hoy pude seguir contemplando. Y ha sido un gran regalo. Dentro del movimiento que significa un Vía Crucis y poner todo el corazón para que salga bien para la gente, a ratos iba mirando y podía ver más allá. No solo un grupo de gente caminando (para muchos un “montón de locos”), sino todo lo que significa este acto. No solo observé unas cuantas personas devotas cumpliendo su “precepto” de día viernes Santo, sino que siempre ví más allá. Ví como Jesús fue pasando entre la gente, su “pueblo” que en un gesto de generosidad sacrificaban su descanso de feriado por estar allí, acompañando el dolor, el sufrimiento, con culpa a ratos por ver lo que Jesús iba viviendo, pero con infinita gratitud por cargar con nuestras culpas y pecados.

Vi como Jesús miraba a las personas. A las mujeres trabajadoras, a las familias creyentes, a muchos adultos mayores, a un grupo de consagradas, a una comunidad y un barrio necesitado de Él. Vi como se compadecía de nosotros, y nos daba consuelo a cada “PadreNuestro” y junto a su Madre, nuestra Madre, seguíamos el camino. Arduo, con subidas y bajadas, con un calor eterno, pero sin más allí estábamos, junto a Él, y Él junto a nosotros.

El cúlmen de mi contemplación fue en la XI ESTACIÓN: “Jesús es clavado en la cruz”. Dentro de la logística que significaba tener un lindo y sentido caminar, estaba dispuesto que yo leyera en esa estación. Pero sin haberlo planeado, llegué y lo primero que vi fue un rostro. Un rostro mayor y cansado, pero lleno de gozo. Sí. Era esa mujer que me robó el corazón hace un par de años y me ha hecho volver mi mirada a Jesús en el hermano necesitado. Rosita es su nombre, y la he podido acompañar un par de veces poniendo oído y corazón a su soledad. Sabiéndome todo del Señor e instrumento de Él para estar allí, atento a responder a las necesidades de mis hermanos. Aunque no sea gran cosa, para Dios es esa gota que faltaría en el océano si no lo hiciera.

Y Jesús allí estaba. Representado en una cruz y acompañado de una pequeña multitud. Allí estaba, a los pies de Rosita. Cansado por el camino, sediento por el calor, dolorido por nuestras fragilidades, pero siempre saliendo, conmoviéndose, consolando, siempre poniéndose al servicio de los corazones necesitados de Él. Y allí estaba ella, con su corazón humilde y sencillo, feliz de recibirle en su casa, en la intimidad de su hogar, allí donde a veces solo se escucha el silencio de la soledad, pero que Jesús llena con su presencia y ella confirma con su inmensa fe.

¡Qué regalo inmerecido he recibido! pero que alegría me da al corazón el reencuentro. Ahora que hace algún tiempo no la veía, volví a fijar mis ojos en ella, así como en Jesús. Y sigue siendo la misma. Me reconoció y me regaló la sonrisa más linda que he recibido el último tiempo.

Gracias Jesús por hacerte presente en los más pequeños y sencillos! por acompañarte en este camino de cruz que muchos viven a diario. Ayúdame a seguir acompañándote, que siempre pueda reconocerte en el hermano más necesitado.

 

Javier Navarrete Aspée.

 

Javier Andrés Navarrete Aspée