Oracion de los 30 dias a San José

miércoles, 4 de abril de
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Nada es Imposible para Dios

 

Acto de Contrición

Patriarca Santo, José bendito, aquí a tus plantas yo pecador. Humildemente llego contrito, amante padre del redentor. Oye mis ruegos, no me abandones, bríndame siempre tu protección. Haz que en el cielo, mis oraciones sean acogidas y tengan valor.
¡Oh, tu que gozas de eterna gloria, donde se siente perfecto amor, ven y refléjate en mi memoria cuando me amargue la tentación! Porque mi ruego se acomoda si a ti lo envío con contrición, Porque no en vano la iglesia toda, te ha declarado su protector.

Amen.

Oración de 30 días a San José

Bendito y glorioso Señor San José, patriarca amable, padre indulgente y amigo compasivo de los que sufren.

Por aquella amarga tristeza de la que fue presa tu sensible corazón cuando viste los sufrimientos de niño salvador, con mirada profética contemplaste su ignominiosisima pasión y muerte, en piedad yo te lo pido.


De mi pobreza y necesidades, aconséjame en mis dudas y consuélame en todas mis tribulaciones y ansiedades.

Tu eres el protector de los huérfanos y desvalidos, el abogado de los que no lo tienen, el patrón de cuantos han sido desolados. No deseches pues, la humilde plegaria de este tu hijo; mis culpas y pecados ¡demasiados lo se! Han traído sobre mi el desagrado del señor y heme aquí por ellas rodeado de penas.

A ti, oh Santo mío, yo imploro tu piedad, mi fervorosa oración, no mirando mi suma indignidad obtenme cuanto en ella te pido, mejorando lo que encerrase de imperfecto y enderezando lo que no fuere de tu agrado, seguro de que aguardando con rendimiento tus disposiciones no dilataras el cumplimiento de mis clamores o no te detendrás en conocer mis peticiones siendo tan grande mi fe en la eficacia de tu excelso patrocinio, que al verla te obligaras a darme más de lo que pido y son mis deseos.

Yo te lo pido por aquella misericordia infinita que indujo al eterno hijo de Dios a asumir nuestra flaca naturaleza y nacer en este mundo de penas y de miserias.

Yo te lo pido por aquella hondísima amargura que embargo tu amante corazón, cuando ignorando el misterio de la encarnación no sabias si abandonar o no a la Purísima Virgen María.


Yo te lo pido por la ansiedad que experimentaste, cuando en vano buscaste en las posadas de Belén un albergue para tu esposa Inmaculada en un lugar donde siquiera pudiera nacer el niño Dios, y cuando siendo rechazado de todas partes te viste en la purísima necesidad de consentir que la Reina del Cielo diese a luz al Redentor del mundo en un miserable establo.

Yo te lo pido por la angustia indefinible que llenó tu corazón, cuando el ángel a deshora de la noche, entregado que estabas al reposo, te notificó que el Niño Jesús era buscado por sus enemigos, de orden del cruel Herodes.

Yo te lo pido por el doloroso derramamiento de sangre que presenciaste en su circuncisión y por la dulzura y poder que encierra el dulcísimo nombre de Jesús, que fue el que por orden del cielo le pusiste al adorable Niño.

Yo te lo pido por tu precipitada huida a Egipto y la gran pobreza que experimentaste en aquella tierra inhospitalaria mientras allí permaneciste, llegando a ser tan extrema tu necesidad, que no tenías con que vestir y alimentar a tu pequeña familia.

Yo te lo pido por la pesadumbre indescriptible ¡Ay! Que sentías cada vez que el Divino Niño te pedía un pedazo pan “y no lo tenías para dárselo”.


Yo te lo pido por la extrema aflicción que sufriste cuando habiendo perdido al Niño de edad de doce años, estuviste privado de su dulce compañía por el espacio de tres días, que parecieron tres siglos, y por tu gozo inenarrable al encontrarlo en el Templo.

Yo te lo pido por lo mucho que en este mundo sufriste y padeciste para sustentar y servir al Hijo del Altísimo y a la Reina de los Ángeles.

Yo te lo pido por el heroico sacrificio de tu voluntad, cuando le ofreciste al Eterno Padre los últimos momentos en que el hombre Dios iba a expirar por nuestra salvación.

Yo te lo pido por tu apacible y felicísimo transito y por la gloria singular que ahora disfrutas en el Empíreo.

Yo te lo pido humildemente por todas tus angustias, necesidades, pruebas, tribulaciones, penalidades, sufrimientos, dolores y gozos, ¡Oh mi buen San José yo siento en el corazón una fuerza que me alimenta y anima a pedirte que hagas conmigo la gran misericordia de obtenerme lo que te voy a pedir, pues Jesús nada niega!

Yo te lo pido por la fuerza omnipotente que encierra la breve oración que me dirige mi amada madre la Santa Iglesia Católica:

“Te suplicamos, Dios y Señor nuestro que los meritos del Santísimo Esposo de tu Santísima Madre, nos ayuden, amparen y favorezcan, para que lo que no alcanza nuestro débil y limitado poder, se nos conceda por su intercesión y ruego. Que vives y reinas por los siglos de los siglos” Amen.

¡Oh mi buen Padre! Yo te pido que dignes oírme y concederme lo siguiente:

(Aquí levantando el corazón a lo alto, enfervorizando los afectos se le pedirá con tierno afán, con dulce empeño y con amorosa porfía lo que se desea).

Y se terminara rezando Padre Nuestro, Ave Maria y Gloria.

Luego se dice:

Concédeme también para aquellos que se encomiendan a mis oraciones, lo que les sea útil conforme a los designios de Dios, y por ultimo se tu mi dulce Protector y para aquellos que amo, en nuestra ultima hora, para que de este modo todos juntos cantemos en el cielo las glorias de Jesús, María y José. Amén.

¡Viva la Santísima Trinidad!

 

 

 

Ana Tomicich