Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: “Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”.
Pero él les respondió: “¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta? Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado”.
Siempre me admira la libertad de Jesús; esa libertad que brota de la confianza en su Padre, y esa libertad que emerge de la claridad de su pasión por el Reino.
La orientación radical de Jesús hacia el Padre y hacia el Reino, lo llevan a ser un hombre libre que se deja guiar por el Espíritu y no por el cumplimiento frío de normas que si no tienen en cuenta la realidad concreta de las personas, pueden ser duras y hasta destructivas. Toda ley, si viene de Dios, está al servicio de la dignidad delser humano, y de la construcción de la fraternidad del Reino. Toda ley, si viene de Dios, está ordenada al amor. Si viene de Dios, no se puede desenganchar de la búsqueda del bien y la justicia.
Pues, muchas veces, podemos quedarnos aferrados a leyes y a ritos, sin tener en cuenta este espíritu, sin considerar lo que los ha motivado y su orientación radical al amor. Cuando esto sucede, postergamos a un segundo o tercer plano la búsqueda del bien, aferrándonos a la seguridad que nos puede dejar el cumplimiento de normas frías. Y aquello que debería ser una ayuda para la convivencia, para vivir como hijos y como hermanos, lo desfiguramos en estrategias que nos permitan conservar un orden estricto, cueste lo que cueste, o cueste a quien le cueste.
Así pasó, un sábado, día en que estaba estipulado no realizar ningún trabajo, los discípulos de Jesús estaban hambrientos y arrancaron espigas para comérselas. Unos miraron su transgresión, y con espíritu de condena, denunciaron esto. Y Él, que desde su amor y libertad infinitos, sabe entender lo que está sucediendo, confirma la acción de sus discípulos, porque en sus circunstancias era bueno que pusieran primero su salud y no el cumplimiento estricto del sábado, al menos, según lo entendían los fariseos.
Cuándo entenderemos que la misericordia va primero, y que cualquier acción interior o exterior que queramos realizarla para Dios tiene que estar empapada de amor y misericordia.
Seguramente, aprendiendo de Jesús e imitándolo, podremos dejarnos guiar por su Espíritu, buscar discernir todas las situaciones en las que se nos presentan conflictos y ser como Él, hombres y mujeres libres, que buscan amar en todo, y, en todo, construir esa fraternidad del Reino. Los mártires riojanos, con Mons. Angelelli como símbolo, son testigos de la radicalidad de la libertad y del amor, de aquellos que se animan a tener a Cristo como Ley, y que por eso buscan amar como Él lo hizo, hasta dar la vida.
Mons. Angelelli y compañeros mártires, rueguen por nosotros.
No se trata de negar la importancia ni de la ley ni de los ritos, pero sí se trata de orientarlas siempre al bien, y discernir desde nuestra vocación al amor y a la fraternidad del Reino, lo que es más conveniente.
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