Domingo 26 de Julio del 2020 – Evangelio según san Mateo 13, 44-52

viernes, 24 de julio de
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Jesús dijo a la multitud: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.

El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

«¿Comprendieron todo esto?»

«Sí», le respondieron.

Entonces agregó: «Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo».

 

Palabra de Dios

Padre Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

Una dimensión más que interesante del evangelio de hoy es la de poder aplicar las palabras de Jesús no a un Juicio Final sino al proceso de conversión de cada una de nuestras vidas.

Es decir que podemos leer el evangelio en clave de proceso de fe y maduración personal. No lo queremos referir a personas “buenas y malas”, sino más bien a las dimensiones “buenas y malas” de mi propia persona, de mi propia historia y de mi propio corazón.

Porque la verdad es que los hombres no somos todo bondad o todo maldad absoluta. Por lo menos es mi experiencia, en la cual si me miro a la luz de la Palabra y examino mi vida , me doy cuenta que en el fondo de mi corazón hay una ; y guerra a muerte entre el buen espíritu y el mal espíritu. Bien y mal se disputan una guerra sin cuartel pero en un único campo de batalla: mi propio corazón.

Por eso es que la lectura del evangelio es nuevamente la propuesta de Jesús, Dios derretido en caridad, que nos invita a una profunda conversión de corazón. Conversión que implica dos dimensiones fundamentales: dejarme amar, sanar y liberar por el poder de la gracia de Jesús y colaborar con mi esfuerzo y voluntad para quitar todo lo que responde más bien al mal espíritu y hacer que Dios lo queme en un fuego ardiente.