Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
“Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”. Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
“El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
La aventura del conocimiento de uno mismo y de los demás, la búsqueda de la verdad más íntima y del sentido de la vida, exige, para quien se atreve a transitar este camino, renunciar a conseguir respuestas rápidas. Le implicará dedicar tiempo a la observación y a la profunda contemplación; necesitará lucidez para reconocer sentimientos, deseos… Ciertamente, para quien busque vivir en la verdad, será necesario abrirse a procesos honestos que seguramente se le escaparán de las manos y de la lógica del cálculo, para dejarse llevar por el Espíritu de aquel que nos revela en sí mismo, el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro del ser humano.
Esta aventura es la que se lanzó a vivir San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos hoy. Hombre de Dios, peregrino del Espíritu, que reconociendo a Cristo como Camino, Verdad y Vida, fue acogiendo un modo de conocerlo íntimamente, para amarlo más y seguirlo mejor. La experiencia ignaciana, plasmada en los Ejercicios Espirituales, ofrece la oportunidad de un encuentro íntimo con Dios, para que en diálogo con Él, y poniendo en juego todas las capacidades, podamos dejarnos enseñar por Dios, tanto para conocer más profundamente nuestra propia realidad, como para reconocernos libres frente a ella, y elegir los caminos que nos permitan amar más para vivir más plenamente, según el sueño de Dios para cada uno de nosotros. En los Ejercicios Espirituales, Ignacio ha podido compartir como tesoro para toda la Iglesia, esta experiencia en la que sintió que Dios le estuvo enseñando, como lo hacía un maestro de escuela a un niño.
En el Evangelio de hoy nos interpela Jesús mismo, preguntándonos: ¿quién dicen ustedes que soy yo? Jesús nos pregunta por cómo resuena en nosotros su vida y mensaje; cómo nos mueve el corazón; qué deseos suscita Él en nuestra vida; qué significa Él para nosotros. Y nos abre a la posibilidad de responder no solo desde un conocimiento solamente intelectual, rayando con lo frío, sino que involucre nuestros afectos, nuestro horizonte de vida. Jesús nos invita al conocimiento que suscita el amor, que nos atrae a la identificación con Él, invitándonos a compartir sus sueños, su proyecto y a compartir también su suerte. Nos abre su corazón, y nos dice que en nuestra realidad el camino del amor cuesta, duele, implica salir de uno mismo y cargar con la cruz; pero que es el único camino que vale la pena. Que no sirve de nada ganar el mundo entero si se pierde la vida, esa vida que solo es posible en el amor.
Pidamos a María, nuestra Madre, como solía rezar Ignacio, que nos ponga con su hijo Jesucristo; para que nos animemos a responder, en procesos de vida… a ritmos profundos y pausados, esas preguntas que nos llevan la vida, y que nos harán mujeres y hombres más plenos, que identificados con Cristo y movidos por su amor, vivamos para la mayor Gloria de Dios y para el servicio comprometido de los hermanos y hermanas necesitados.
San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros.
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