Miércoles 5 de Agosto del 2020 – Evangelio según San Mateo 15,21-28

lunes, 3 de agosto de
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Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”.

Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”.

Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.

Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”.

Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó curada.

 

 

Palabra de Dios

Padre Matías Burgui sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca

 

Seguimos compartiendo la aventura de intentar escuchar el susurro de Dios en nuestro día a día. Por eso acordate que, para tener un corazón atento, hay que cultivar este estar con Jesús en clave de discipulado. Así que tomate un tiempo para encontrarte con el Señor. Hoy la liturgia nos presenta Mateo 15, del 21 al 28. Al Señor se le acerca una mujer para pedirle por su hija. Meditemos algunas actitudes que podemos llevar a nuestra propia vida de fe y a nuestro andar cotidiano.

En primer lugar, viví intercediendo. Interceder es mediar, es ser puente, es animarse a dejar de ser el centro y parar un poco de mirarse el propio ombligo.

Vemos a esta mujer pagana que se acerca a Jesús, una mujer que estaba muy preocupada por el sufrimiento de su hija, de lo más valioso que tenía. Vos fijate qué linda esta actitud: el acercarse al Señor para pedir por otro. Seguro que tu oración tiene mucho de esto, pedís por la gente que querés, que tenés cerca, que amás. Eso es la intercesión: poner al otro delante de Jesús en la oración. Y esa oración tiene peso porque está motivada por el amor. Dios siempre escucha esa súplica, no te canses nunca de pedir por los demás. En este miércoles te propongo que no pidas tanto por vos, que hoy sea un día de gracia para los demás. ¿Por quién vas a pedir hoy?

En segundo lugar, acércate a Dios con amor y humildad. Dice el evangelio que esta mujer se postró. Fijate que a veces a nuestra oración le falta postración. Nos falta más rodilla frente a Jesús. Y no estamos hablando de la actitud física, eh, sino más bien de un postrarnos espiritualmente porque lo exterior refleja lo interior. ¿Cómo te estás acercando a Jesús? ¿Para exigir o para suplicar? ¿Estás reconociéndote necesitado de Dios o pensás que cuando rezás le estás haciendo un favor a Dios? Animate a confiar con humildad.

Por último, perseverá. Detenete un poco en esta mujer. Ella le gritaba, le suplicaba a Jesús: “¡Ten piedad de mí!”. No se callaba, pero no imponiendo, sino insistiendo. La súplica de esta mujer estaba llena de perseverancia y fe. Es algo que tenemos que imitar: no cansarnos de orar. A veces no vemos frutos y bajamos los brazos. Pensamos que Dios no nos escucha, que no puede obrar en nuestras vidas. A veces, como en el evangelio de hoy, Dios parece hacerse el sordo, pero permite esto para que aumente tu fe y perseveres. Mirá, aunque no veas resultados, aunque parezca que Dios no te escucha, perseverá. Por eso qué lindo lo que dice el Señor: “Qué grande es tu fe”. Rezá siempre, porque Dios sigue ahí. Que tu fe sea constante en el seguimiento de Jesús.

Que tengas un buen día, y que la bendición de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo te acompañe siempre. Amén.