La satisfacción del servicio está en lo simple, en lo sencillo. Los instantes que damos a los otros, sin duda, intentan labrarse para ser significativos. Porque en el fondo de nuestro corazón buscamos lo bueno, el bien, la felicidad del otro.
Pero muchas veces, sucede que nos dejamos llevar por nuestra finitud que nos obliga a vernos torpes, limitados. Humanidad que se trasluce en lo efímero y luego en lo angustiante, cuando no podemos alcanzar nuestras metas, nuestros anhelos, nuestras perspectivas.
Hay que dejar que Dios entre en nuestros proyectos, en nuestros sueños. Dejar que el Señor teja los momentos y modele Él esos instantes. Porque nada somos si abandonamos las esperanzas de sus palabras. Nada somos si dejamos de lado su gracia que eleva y transforma nuestra humanidad. Nada somos sin su amor que nos plenifica y nos devuelve la alegría. Nada somos si no nos habitamos por su Espíritu de paz y concordia.
La gracia nos da el sentido del encuentro, nos devuelve las fuerzas para seguir caminando en los caminos donde ya no alumbran las estrellas. Nos da la seguridad de que pasaremos las tempestades de la indiferencia, cruzaremos los umbrales que nos dividen, para llegar a ser todos iguales en el amor del Padre que nos abraza.