Lunes 31 de Agosto del 2020 – Evangelio según San Lucas 4,16-30

jueves, 27 de agosto de
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Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.

Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca.

Y decían: “¿No es este el hijo de José?”.

Pero él les respondió: “Sin duda ustedes me citarán el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún”.

Después agregó: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”.

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

 

Palabra de Dios

Padre Nicolás Houriet sacerdote de la Arquidiócesis de Santa Fe

 

En el evangelio de hoy, Jesús regresa a su ciudad natal, su ciudad de origen, donde se crió. Entra en la sinagoga y lee la Palabra de Dios, conocida hasta el momento, lee un pasaje de Isaías e inmediatamente Jesús, se aplica así mismo ese pasaje del profeta.

Basta que hable un momento y los demás reconocen la sabiduría de sus palabras.

Pero inmediatamente alguien comienza a hablar sobre los orígenes de Jesús y pasa a quedar en un segundo plano, la meditación de los textos sagrados por el origen humilde de Jesús.

“ Sabemos, dicen,  quién es su padre, José el carpintero.  Sabemos quién es su madre conocemos a la parentela”

E inmediatamente,  el que era “validado por sus palabras” comienza a ser repudiado por sus orígenes. Pesa la humanidad de Jesús.

En realidad esta es una imagen clara de la sociedad hipócrita en la que vivimos también:

  • Muchas veces te alaban y te ensalzan, quienes después “te sepultan”.
  • Aquellos que hablan muy bien de vos, otras veces también, por detrás, dicen todo lo contrario. 
  • Esa gente que por momentos parece felicitarte es la que está tramando detrás tuyo aquello que pueda hacer trastabillar.

La sociedad en la que vivimos es muy hipócrita.

Pensemos esto en otros ambientes, a veces en el orden del espectáculo:

  • Personas que tienen una llegada a muchísimas personas quizá por el arte que producen, en el canto, en la actuación, inmediatamente basta un hecho, para que puedan, después, condenarte de por vida.

¡En la imagen de la sociedad claramente! pero lo único que tiene bien claro lo que hace, es el mismo Jesús.

Él, es el único de todos los presentes en aquella sinagoga que sabía lo que hacía.¡Qué certeza y qué tranquilidad!.

Este Jesús que como vemos empieza muy bien el evangelio, pero no lo termina también porque  inclusive tuvieron la intención de “tirarlo por la peña.

Jesús es el único que sabe lo que hace, porque al único que tiene por testigo y al único que le interesa realmente por testigo, no solo en este momento sino en todos los signos y milagros que va a hacer,  es al propio Dios, su Padre.

La certeza de que Dios lo ve todo.La certeza de que Dios en definitiva es el que lo ha puesto en esa misión y en esa apostolado y Él no encuentra otra gracia más que, Hacer la voluntad del Padre.

Cuánto tenemos para aprender de este evangelio también, de no dejarnos llevar por los comentarios ajenos, por esos comentarios que nos dañan y que incluso en otro momento hasta pueden ser buenos sobre nosotros.

  • No dejar que nos llenen los halagos humanos 
  • ¡Vivir de cara a Dios!.
  • ¡Vivir de cara a Dios!.
  • Que sea siempre nuestra meta.

Que no nos importe en juicios, prejuicios o comentarios ajenos, sino que vivamos sólo para que Dios sea testigo de nuestras acciones

¡Que vivamos como él mismo Jesús, haciendo la voluntad del Padre!