Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
“Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”.
Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
“El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
Rezar la propia historia, preguntarnos por el sentido de nuestras intenciones, acciones y elecciones, buscar conocernos más profundamente para vivir más plenamente, es una tarea que siempre queda abierta, y que nos lleva toda la vida.
Conocerse a uno mismo y conocer a los demás, rompe con las etiquetas y estereotipos que siempre simplifican, alejan de la verdad y acarrean opiniones injustas. El conocimiento profundo, propio y de los demás, va de la mano del amor. Por eso, para quien quiera amar con hondura, tendrá que largarse a la aventura de conocer más íntimamente a quien ama, sabiendo que siempre será un misterio inagotable.
Amar a Jesús, implicará conocerlo cada vez más, buscar comprender su manera de mirar la vida, de concebir su misión; percibir sus sentimientos y sentir con ellos; advertir su manera de actuar, de acoger la realidad tal como es y de amar comprometidamente en ella.
Podemos quedarnos en lo que otros nos dijeron sobre Jesús, que siempre será un primer paso de nuestro conocimiento sobre Él, pero si no hacemos propia la tarea de conocerlo más hondamente, no dejaremos que su persona, y la relación con Él, nos interpele, nos asombre y nos atraiga, para vivir con plenitud el sentido de la vida que Él nos propone.
Ante la pregunta “ustedes… ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”. Y es cierto, pero aún esa respuesta inspirada por Dios a Pedro, puede no corresponder al proyecto y a la manera de ser Mesías que Jesús opta por vivir. También nosotros podemos decir que Jesús es nuestro Salvador, o nuestro hermano, o nuestro amigo, pero tendremos que estar abiertos a descubrir qué tipo de salvación, de fraternidad y de amistad, nos invita a vivir Él; que siempre será para nosotros sorprendente, nos desafiará, y nos sacará de esquemas cómodos y autojustificantes.
Dejemos que la pregunta que Jesús le hizo a los Apóstoles, nos la haga a cada uno de nosotros, y si lo confesamos como el Hijo de Dios, como el Señor y Salvador, como el hermano mayor y el amigo, podamos escuchar y acoger su modo de vivir la misión, e integrar en este camino de plenitud que buscamos vivir, su compromiso de amor hasta el extremo, que siempre asumirá la cruz del sufrimiento, porque el amor estará en esta historia unido al dolor; y siempre estará abierto a la esperanza de la Resurrección, porque caminamos hacia la vida en abundancia que nos une plenamente a Dios que es Amor.
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