Hace algunos días en Santiago de Chile, el alcalde Lavín de la comuna de Las Condes (una de las más adineradas de la capital) anunció la contrucción de un edificio de viviendas sociales en su comuna. Esto generó un revuelo “nacional”. No precisamente porque fuera un proyecto aplaudido.
Ojalá asi fuera, pero no. Sin hacerse esperar, un grupo de vecinos de la comuna se organizó, y comenzaron a desplegarse, poniendo carteles en sus edificios, haciendo un llamado a la comunidad a movilizarse en un “cacerolazo” para mostrar la negativa frente a este proyecto. También pedían poner globos negros en sus balcones y terrazas. Pero eso no era todo. Lo peor vendría después: “Se va a echar a perder el barrio”, “Se van a adueñar de las calles”, “Vamos a tener ropa tendida por todos lados”, “Aquí somos pura gente tranquila, respetuosa y decente”. Son algunas de las cosas que dirían los vecinos de Las Condes en los medios de comunicación. Y yo me sigo preguntando, es verdad? Es verdad que en pleno siglo XXI sigamos escuchando ese tipo de comentarios clasisas?. Y logro ver que sí. Es nuestra realidad.
Todos cuando alguna vez nos hemos sentido amenazados frente a algo o alguien por tendencia natural reaccionamos. Pero no logro dimensionar aun este tipo de reacciones. Una misma vecina a favor de la construcción de las viviendas sociales decía “las mismas señoras que estaban con sus cacerolas son las que veo el domingo en misa”. Que triste realidad. El otro día pensaba, qué duro ver cómo tantas personas aun viven su fe desde la puerta de la parroquia hacia adentro. Todos sabemos que la Eucaristía es alimento de vida, pero sabemos también que una vez que la misa termina, somos “enviados” a anunciar la alegría del encuentro con Jesús. Y los creyentes sabemos que ese envío implica el encuentro con el otro, de ahí surge también la invitación del Papa Francisco de ponernos en actitud de salida, especialmente hacia las periferias humanas y existenciales.
Hasta qué punto estas personas viven ese encuentro con el otro? Hasta que se ve amenazada su zona de confort y comodidad personal?. Me violenta pensar que esas personas que dicen que son gente “tranquila, respetuosa y decente”, crean que las personas que llegan sean todas “escandalosas, irrespetuosas e indecentes”. O que el barrio simplemente se va a “echar a perder”
Me da una profunda tristeza al corazón. Preocuparnos de los pobres solo mientras están en su comuna lejos de la mía. Allí practico el asistencialismo y luego de eso puedo volver en paz a mi realidad. A eso nos llama Jesús? Sigo con convicción creyendo que no. Creyendo con certeza de que la dignidad para todos los seres humanos es la misma. Dios nos la ha dado. La dignidad no se compra ni se gana, se nace y se mantiene a lo largo de nuestra vida. Por qué creerse superior? Por qué mirar de reojo al que no tuvo la misma suerte qué yo?
Para mí este tiempo más que golpear las cacerolas ha sido golpear la dignidad de las personas. Aun en este tiempo donde sigue con fuerza la segregación social, la injusticia social latente en el corazón de nuestra sociedad, Jesús nos sigue diciendo con fuerza: “Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).Y así es, cada vez que hacemos algo en favor de los más pequeños, de los mas pobres, lo estamos haciendo al mismo Jesús. Entonces cabe preguntar… ¿Qué pasa cuando no lo hacemos?.
La respuesta está en cada uno. Que Jesús haga brillar su rostro sobre nuestro País!
Javier Navarrete Aspée