En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera”.
Les dijo también esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: ‘Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?’.
Pero él respondió: ‘Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'”.
A veces la religión cristiana les resulta a muchos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un lío de leyes y normas canónicas demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿Será necesitamos concentrar mucho más nuestra atención en velar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?
Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser»; lo segundo es «amarás a tu prójimo como a ti mismo».
La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Por eso, lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor.
¿Y qué es amar? Porque el amor no puede ser un simple sentimiento o una emoción del corazón. Tiene que ser algo más. Tiene que tener más fuerza. Amar es por eso una convicción de vida. Es la plena confianza en que de la misma manera que hemos sido amados y Dios nos ama incondicionalmente, nosotros no podemos guardarnos ese amor sino que nos sentimos llamados a compartirlo y hacerlo carne y sangre con los demás. Amar será la convicción de buscar entes el bien ajeno que el propio poniendo como prioridad lo que le pasa al otro y postergar un poco lo que me pasa a mí. Es salir al encuentro, dialogar, escuchar, mirar, abrazar, sostener, soportar, sufrir, acariciar, levantar, curar…
Pero se agrega algo. El concepto de “prójimo” es modificado por Jesús. Para un judío, prójimo era el que pertenecía al pueblo y, a lo sumo, el prosélito. Jesús desbarata esa barrera y postula que todos somos exactamente iguales para Dios. El cristianismo no siempre ha sabido trasmitir esta idea de igualdad y hemos seguido creyendo que nosotros somos los elegidos y que Dios es nuestro Dios, como los judíos de todos los tiempos. Fratelli Tutti, de Francisco, en cierta medida viene a corregir esto.
Dios es amor. Entonces, la exigencia de Jesús no es con relación a Dios, sino con relación al hombre. El “como a ti mismo” significa que el amor solo se puede dar entre iguales. Si considero superior o inferior al otro, mi relación con él nunca será de amor. Desde esta perspectiva, ¿a dónde se van todas nuestras “caridades”? ¿Nuestra “solidaridad”? Lo que nos pide Jesús es que quiera para los demás todo lo que estoy deseando para mí. ¡De verdad creo hacer caridad cuando doy al mendigo la ropa vieja que ya no voy a utilizar! Caridad no es dar lo que me sobra. Caridad no es dar lo que tengo. Caridad es darme yo por entero y por amor a los demás.
Hermano y hermana, que tengas un lindo domingo lleno de la Pascua de Jesús y si Dios quiere será hasta el próximo evangelio.
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