Todo camino implica un poco de soledad. Hay tramos que requieren mucho desierto y pocos oasis. Permanecer y perseverar a veces es cosa ardua, insípida, más aún cuando todo conjuga a reevaluar, a repensar, a desertar. Las decisiones más profundas se labran en el silencio de nuestras cavas, allí donde no podemos evadirnos, allí donde conservamos el mejor vino.
La monotonía, lo cotidiano, la responsabilidad, las exigencias y el compromiso muchas veces pueden sedarnos de manera tal que, ya no hay tiempo para escucharnos, ya no hay ecos de nuestra interioridad, ya no hay rincón donde nos encontremos siendo auténticos, siendo únicos, siendo puramente nosotros mismos. Y allí se da el error de perseguir los sueños de otros, de elegir las sendas de otros, de apropiarnos de algo que nos hace ajenos y desconocidos.