Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’. Los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’. Y el Rey les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’.
Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron’. Estos, a su vez, le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?’. Y él les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo’. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna”.
En esta fiesta de Cristo Rey, culminando el año litúrgico, leemos un conocido texto de Mateo sobre el juicio final.
La escena nos puede parecer hasta conocida y como que la sabemos de memoria. El amor a Dios pasa necesariamente por el amor a los hermanos, especialmente a los hambrientos y sedientos, los sin techo –porque eso es “estar de paso”- los que no tienen derecho a vestimenta propia, ni casa propia, ni tierra propia, ni nada propio, salvo su dignidad; los enfermos y los privados de libertad. Es decir, los pobres. No hay que darle más vueltas al discurso de Jesús. Cada vez que amamos a los pobres y ponemos nuestra vida a su servicio, es al mismo Jesús a quien estamos sirviendo. No hay amor a Dios posible sin amor concreto al prójimo. Y amor que está en las obras y no en las palabras.
Sin embargo el texto de hoy agrega algo más. Los que son reconocidos por el Rey y los que no también, se preguntan “¿cuándo?” Esto agrega algo fundamental y decisivo a la hora de plantear un cristianismo serio. Ya no basta amar. Ya no basta hacer que toda la vida sea servicio. Si se va en todo amar y servir, Jesús nos pide que esto sea gratuito y desinteresado. Así de sencillo. Así de complicado. Porque si bastara el mero amar y servir, no habría servidores que se preguntaran “¿cuándo?” Es decir, los buenos servidores son aquellos que han hecho de su vida amor y servicio sin ningún tipo de interés ni intencionalidad. No buscan ser reconocidos. No quieren títulos. No quieren que sus nombres aparezcan en placas de bancos de iglesia, ni en paredes, ni en templos, ni en labios de ninguna autoridad. Buscan pasar desapercibidos. No se glorían de hacer el bien. No buscan que su servicio sea para refregárselo a otro en la cara. No se agrandan cuando aman y sirven. Y no lo hacen para ser vistos por los demás. Eso es cosa de fariseos, esos pobres hombres que nunca pudieron entender el mensaje de Jesús. Los verdaderos discípulos misioneros de Jesús son aquellos que aman y sirven sin ningún tipo de interés y lo que hacen lo hacen más por amor que por cualquier otro motivo. Por eso el desconcierto de aquellos que en el texto preguntan “¿cuándo?” Porque lo que han hecho, lo han hecho por amor y no para figurar y ser reconocidos ni por Dios ni por sus hermanos ni por ninguna Institución ni Organización. Ni siquiera para expiar pecados ni lavar culpas de la conciencia. ¡Nada de eso! Lo han hecho de forma completamente gratuita y desinteresada.
¡Cuánto tiene este texto para decirnos a nosotros, la Iglesia Católica, en el día de hoy! ¡Cuánto para pensar, repensar, meditar y rumiar sobre las motivaciones por las cuales hacemos las cosas, sobre todo las que tienen que ver con el servicio y la caridad!
Y lo segundo que llama la atención de la pregunta por el “¿cuándo?” es cuestionarnos sanamente lo siguiente: si preguntan, tantos unos como otros, es que no reconocen “tiempos especiales” en los cuales han hecho esta opción por los pobres o ni siquiera los han tenido en cuenta. Con esta parábola, Jesús revela que su reinado, no solo no es de este mundo, que no solo implica en todo amar y servir, que esto lo debemos hacer de modo completamente desinteresado, sino además que no hay temporadas para ser “más buenos” y temporadas para no serlo. El “¿cuándo?” implica que los que aman y sirven a los pobres lo hacen siempre. Es su estilo de vida. Los otros también: siempre hacen la vista gorda y pasan de largo e invisibilizan con la mirada.
Con esto tenemos que entender al final del ciclo litúrgico que todo lo que venimos viviendo en el Evangelio no tiene un tiempo en que se puede vivir y otro tiempo en que no. Ser cristiano implica decisiones radicales: o seguimos a Jesús siempre, amándolo y sirviéndolo en nuestros hermanos y especialmente en los más pobres, o no seguimos a Jesús, no somos cristianos.
Hoy corremos el riesgo de ser cristianos part-time. No se puede. O le damos toda la vida a Jesús y somos suyos o no somos cristianos. Ya no valen las medias tintas. No nos podemos quedar a mitad de camino. Corazones apasionados que hagan del amor y el servicio su estilo de vida o corazones fríos como témpanos que transen con la cultura del descarte reinante en el mundo de hoy. Elijamos el lado de la vida y del Reinado de Jesús.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar