¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: ‘¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!’. Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: ‘¡Ha perdido la cabeza!’.
Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras”.
Tal vez, nos podamos reconocer en quien busca la verdad, en el humilde de corazón, en el que está abierto a la propuesta de Dios, en el compasivo; en ese que acoge la realidad y se compromete en el trabajo por el bien, propio del Reino. Quizás nos podamos reconocer en quien no se encierra en justificaciones, ni se conforma con lo que lo deja cómodo. Ese que dice manos a la obra, y busca la coherencia entre la fe y la vida. El que arriesga, el que corre a la meta, quien se involucra por entero, sin sacarle el cuerpo a las consecuencias de sus actos. Ese que confía en que hay una verdad mayor y siempre está abierto al proceso de descubrirla, cuestionando las propias dinámicas perezosas, paralizantes o destructivas.
Pero quizás nos reconozcamos en quienes miran la vida y la realidad como quien se para en la vereda de enfrente; quien siempre está mirando a los otros para juzgar y criticar, tratando de señalar constantemente lo negativo. Inconformistas recalcitrantes para quienes nunca nada es suficiente, y quienes, convencidos de ser árbitros infalibles, no dejan que nada cuestione la búsqueda obstinada de sus propios intereses. Y así, cuando llega lo novedad de Dios, que siempre nos está buscando, le dan duramente la espalda porque no se adapta a sus propios caprichos. Aquellos que merecen el dicho “les tocamos la flauta y ustedes no bailaros; les cantamos lamentaciones y ustedes no lloraron”.
Pidámosle a Dios la gracia de la disponibilidad para estar abiertos siempre a su novedad. Que no nos encerremos en búsquedas cómodas y egoístas. Pidamos la gracia de salir al encuentro de Jesús, como Él es realmente, y que lo queramos conocer y amar así como nos lo presenta el Evangelio. Porque, en su modo de ser y proceder, siempre nos está desafiando a una fraternidad mayor que nos compromete la vida. “Amigo de publicanos y pecadores”, quien no descarta a nadie, quien busca la conversión y la plenitud de todos. No lo miremos desde la vereda de enfrente, sino arriesguémonos a vivir la amistad con Jesús, compartiendo sus sentimientos, y esto nos cambiará la vida, haciéndola más honesta, más plena, más humana y verdadera.
Que Dios nos bendiga y nos fortalezca.
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