Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate, toma tu camilla y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”.
La fe nos pone en movimiento, impulsa nuestra creatividad, nos saca de lugares cómodos, rompe con miedos y con vergüenzas, y hace que el amor tenga la última palabra como fuerza de nuestras acciones.
Miremos, como el Señor, la fe de unas personas que por desear la sanación de su amigo paralítico, se subieron al techo de una casa, quitaron las tejas, y descolgaron a su amigo para ponerlo delante de Jesús, ya que por tanta gente amontonada, no se podía pasar por la puerta.
Acción atrevida, sin duda, acción valiente y conmovedora, acción amorosa, claramente. Lo cierto es que venció la búsqueda del bien y no tantas objeciones de dentro de sí mismos o de algunos espectadores que querrían boicotear esta aventura.
Lo cierto es que Jesús, alabó la fe de estos hombres y, conmovido, reconcilia al paralítico comunicándole el perdón de los pecados, sanándolo interiormente, una acción invisible, directa al corazón, pero que tiene efectos tan visibles en la alegría y la paz interior, en el impulso renovado para amar.
También Jesús se encontrará con la objeción del algunos, que cuestionan su poder para perdonar los pecados; aparecieron esas voces que tantas veces también nosotros sentimos y que nos dicen: esto no podés hacerlo; para esto no servís; tu esfuerzo será en vano; y tantas otras frases que tienden a tirarnos para atrás y no dejarnos llevar por los anhelos del corazón. Pero Jesús, como aquellos amigos, tampoco se achicó; movido por su fe, por la confianza en el Padre, por el amor que siente interiormente, cuestiona la incredulidad de los que dudan de su poder de perdonar, y sana la parálisis del hombre, brindando así un signo externo de la acción liberadora fundamental de la reconciliación.
La fe desafía todas aquellas trabas que tantas veces nos ponemos; la fe nos hace valientes y solidarios. Como Iglesia estamos llamados a hacernos amigos de tanta gente necesitada de Dios, necesitada de fraternidad, y tantas cosas materiales, también. Al igual que Jesús, que nos llama amigos, y que da su vida por nosotros, vivamos la amistad que nos impulsa a asociarnos para la acción reconciliadora y sanadora de la humanidad.
Preguntémonos si estamos actuando demasiado solos o si nos abrimos con confianza a la amistad, y nos dejamos mover por el amor para hacer el bien de quienes lo necesitan. ¿Qué techos son los que tendríamos que sacar; que barreras tendríamos que levantar para poder poner a la gente delante de Jesús y del bien que Él trae?
No nos quedemos quietos; la palabra de hoy nos desafía a reconocer los deseos más hondos y buscar vencer los obstáculos que nos impiden vivirlos. Nuestra fe será bendecida por el Señor, y vencerá el amor.
Que Dios los bendiga y los fortalezca.
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