Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?”.Jesús les respondió: “¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!”.
En los pueblos de la antigüedad era conocida la práctica del ayuno. Las pestes, las calamidades, pretendían ser calmadas con prácticas de ayuno colectivos; se pensaba que las privaciones aplacaban la ira de los dioses y con ello se ponía fin a sus castigos.
También en Israel se realiza esta práctica junto a la limosna y la oración. En el tiempo de Jesús existía un solo día de ayuno obligatorio en el año en ocasión de la fiesta de la Expiación, pero los más devotos habían agregado otros días. Las personas más austeras llegaban a ayunar dos veces por semana: el lunes y el jueves.
Los fariseos eran quienes más observaban esta práctica ascética, convencidos que con ello podían acumular méritos delante de Dios, expiar los pecados del pueblo y obtener la salvación de Israel.
El ayuno expresaba también la insatisfacción por el tiempo presente y la esperanza de la venida del reino de Dios.
Como todos los grandes personajes del Antiguo Testamento que debían prepararse para una gran revelación de Dios (Moisés, Elías, Daniel), también Jesús ha ayunado al inicio de su vida pública, luego no más. Se sabe que ha sido cuestionado por sus adversarios como un glotón y un borracho. No es casual que el pasaje que precede inmediatamente al texto de hoy, Jesús esté sentado en una mesa comiendo y bebiendo con los publicanos y los pecadores.
Ni Juan Bautista ni los fariseos se comportaron de un modo tan libre. ¿Por qué Jesús y sus discípulos tienen esta actitud frente a una práctica tan importante para la piedad judía?
La convicción de pensar que con el ayuno se podía acumular méritos delante de Dios es la razón principal por la cual Jesús tomó distancia de esta práctica. Él predicaba un Dios que ama de manera totalmente gratuita. Su salvación no puede ser merecida porque es un don de su amor.
Sin embargo el motivo más profundo es otro y está indicado en la primera parte del evangelio de hoy. Los fariseos y los discípulos del Bautista ayunan porque están convencidos de vivir todavía en el tiempo de la espera del mesías.
Para justificar el comportamiento de sus discípulos Jesús retoma la imagen del esposo usada por los profetas. Durante las bodas nadie ayuna. Quien no come ni bebe está todavía esperando la llegada del esposo. Con estas palabras, Jesús se presenta como el esposo.
En el evangelio, Jesús parece sugerir la idea de que la fiesta durara poco, que el esposo será quitado y que entonces se retomará el ayuno. No es así, el nuevo matrimonio está destinado a no tener fin, la nueva alianza será eterna y también el tiempo de la alegría será para siempre.
¿De qué ayuno habla entonces Jesús? Se refiere a la tristeza que los discípulos sentirán el día de su muerte. Este sufrimiento constituirá su ayuno.
En las primeras comunidades cristianas casi ni se habla del ayuno practicado por el pueblo judío. Todos eran conscientes de haber entrado en el tiempo de las bodas. Quien se abstenía de la comida y la bebida lo hacía para luego poder ofrecer algo a los hermanos necesitados. La renuncia no era más un signo de espera de los días de fiesta sino un gesto de amor compartido. No es la abstinencia de los alimentos lo que agrada a Dios sino el hecho de compartir el pan con los hambrientos. A veces pensamos que tenemos que ofrecerle a Dios nuestros sacrificios y sufrimientos. Qué haría Dios con ellos? El único sacrificio que Dios alienta a sostener es el que acompaña el amor fraterno. Finalmente también es cierto que el ayuno templa la voluntad y es un ejercicio ascético que nos ayuda a rechazar la búsqueda insaciable de placeres. En ese sentido es también un signo de que la alegría de la fiesta de bodas no es todavía completa y definitiva. El cristiano vive en la espera de que el reino de Dios se manifieste en plenitud.
Se puede ayunar, pero solo con el objetivo indicado. Sin embargo, se debe abandonar toda forma de tristeza porque el banquete del reino ha iniciado y cuando se ayuna se debe lavar la cara y perfumar la cabeza como hace quien está invitado a una fiesta. ¡Paz y Bien!
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