Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: “Ven y colócate aquí delante”. Y les dijo: “¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?”. Pero ellos callaron. Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: “Extiende tu mano”. El la extendió y su mano quedó curada. Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él.
Jesús en hebreo significa “Dios salva” y haciendo memoria de nuestra vida de fe, seguramente podamos confirmar este anuncio, esta novedad, como una realidad concreta. Dios nos ha salvado, Dios nos ha liberado, Dios nos ha sanado, y lo va a seguir haciendo porque nos ama con locura. Qué lindo que es ver cómo el Señor entra en la vida de cada persona y la transforma. El evangelio de hoy, Marcos 3, del 1 al 6, nos invita a orar con el pasaje de la curación de un hombre que tenía la mano paralizada. Meditemos algunas ideas.
En primer lugar, sos útil. Este hombre del evangelio, del cual no sabemos su nombre, nos permite también a nosotros meternos en sus zapatos. No para pensar en un tema de movilidad reducida, sino más bien en una parálisis espiritual. El sentido de la mano paralizada implica no poder hacer incluso las cosas más sencillas y necesitar la ayuda de los demás. Cuántas veces andamos como paralizados por la vida, ¿no? Hay épocas en las que todo parece complicarse: no nos sale orar, no nos sale rezar, nos sale ayudar a los demás, se hace cuesta arriba tener buen humor e incluso hasta mantener la esperanza. Quizás hoy vos también estás así, dependiendo de los demás y eso te molesta porque sentís que sos una molestia para el otro. Tal vez este hombre del evangelio se sentía así. Sin embargo, ahí estaba él, delante de Jesús. Y el Señor lo sana, conoce su necesidad, le hace el milagro y le muestra que es valioso, que es útil. Nunca pienses que sos una carga para los demás. Dios te ama y los que tenés al lado también. Hay mucho que podés hacer, pero lo más importante es tu ser.
En segundo lugar, cambiá la mirada. Por otro lado, vemos la mirada de los fariseos. Estas personas no veían al hombre, sino un instrumento, una excusa para poder condenar a Jesús. Estaban buscando un pretexto para tenderle una trampa al Señor. Es esa mirada egoísta de la que nos tenemos que escapar. Hay que huir de esa mirada que usa, de esa mirada que condena, de esa mirada que solamente ve al otro como algo y no como alguien. Qué triste encontrarnos con personas así, con personas negativas que solamente observan la vida para juzgar. Qué buena oportunidad para pedirle al Señor que nos empiece a sanar si alguien nos miró y nos utilizó en nuestra vida, qué buena oportunidad para implorarle a Señor que nos cambie la mirada y nos transforme el corazón.
Por último, creele a Dios. Vemos cómo el Señor lanza una mirada de indignación frente a la condena y el juicio de esos pocos. No porque Dios castigue, sino porque a Él no le da lo mismo que tengas una mirada de amor o una de rencor. Por eso no solamente sana ese hombre con la mano paralizada, sino que también le perdonó los pecados. Fijate cómo la mirada de Jesús hoy te puede sanar tanto, con solo una mirada, Dios quiere renovar tu vida. Dejate mirar por Dios y que esa mirada te ayude a ver diferente a los demás. No alcanza con creer en Él, hace falta creerle a Él. Solo Jesús puede cambiarte el corazón. ¿Vas a dejar que el Señor trabaje en tu corazón? Buen propósito para este año que estamos comenzando.
Que tengas un buen día, y que la bendición del Dios, que es Padre, el Hijo y Espíritu Santo, te acompañe siempre. Amén.
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