La entonces indeclinable vocación sacerdotal de su amigo le permitió a María Felicia hacer realidad su sueño: renunciar a un amor y entregarlo en un acto de oblación a Jesús. Pero nadie le dijo que sería fácil.
De las 61 cartas escritas de puño y letra por María Felicia Guggiari, Chiquitunga, 47 fueron dirigidas a Ángel Sauá Llanes, de quien se había enamorado y con quien compartía la convicción de sublimar sus “sentimientos temporales” al servicio de Dios en castidad.
“Las cartas que ella le escribió a Sauá, le pidió que destruyera”, comenta la hermana Raquel Pizzurno. Pero, providencialmente, el entonces seminarista no le hizo caso: ella rompió todas las cartas y él las conservó para la posteridad. Las carmelitas descalzas la conservan en el convento del barrio Manorá. Al igual que sus diarios íntimos, las cartas de Chiquitunga revelan sus sentimientos y el “fuego interior” que se debatía en su pecho, a veces con altibajos como un “torbellino” –describía ella–, en lapsos de esos dos años antes de ingresar al carmelo, en 1954.
“Qué hermoso sería tener un amor, renunciar a ese amor, y juntos inmolarlo al Señor por el ideal”, escribió la futura beata en enero de 1950, apenas desembarcaba en Asunción con su familia provenientes de Villarrica, su ciudad natal. Ese mismo año, en abril, conocía a un joven estudiante del último año de la carrera de Medicina, en ocasión de una asamblea de la Acción Católica (AC). Sintonizaron rápido en las acciones que debían tomar en el apostolado laico. “Mientras las normales parejas de jóvenes de nuestra edad pasaban los domingos por la tarde yendo al cine o a las fiestas, nosotros lo pasábamos ayudando a los enfermos de las familias pobres de barrio Obrero: yo, como joven estudiante de Medicina, ya casi médico; ella, como maestrita de una escuela de ese barrio convertida en ‘enfermera’ en esas circunstancias”, relata Sauá.
En esas correrías sintieron una “atracción mutua” que, a los ojos de ambas familias, ese “noviazgo” tenía destino de matrimonio. En medio de la angustia de no saber qué es lo que Dios quería para ella, a finales de abril de 1951, Chiquitunga recibe “luz verde” de parte de su confesor, el padre Prieto, de unirse en matrimonio con el joven Sauá. Luego, apenas iniciaba el mes de mayo, Sauá le revela el “secreto” que mantenía con el padre Ramón Bogarín. Le confiesa su inclinación al sacerdocio y así empieza un proceso de “amor místico”. En efecto, el 1 de octubre, el día en que Sauá cumplía 24 años, hicieron un “desposorio místico”; una unión espiritual ante el corazón de la Virgen María, para entregárselo a Jesús: él sería sacerdote y ella se consagraría dónde y cómo el Señor se lo indicara. Pero las “tormentas de verano” no tardaron en llegar. Pese al desprendimiento e inmolación compartidos, la lucha interna de emociones se revela en la primera carta de Chiquitunga, presentada en esta hoja y que las carmelitas están dispuestas a publicarla en un libro junto con todas las correspondencias escritas por ella.
En abril de 1952, parte Sauá a Europa. Iba a compartir con su padre, Manuel Sauá, un viaje a Tierra Santa. Luego becado a España, decidiría allí si entraba al seminario. Ella le obsequia un dibujo de ella abrazada a los pies de la cruz, símbolo de la entrega a Jesús de su amor a Sauá. “He alcanzado lo que una vez soñé: tener un amor y dárselo a Jesús”, estampó en su diario usado como fuente de desahogo de sus más profundos sentimientos en diálogo permanente con Dios.
Los meses siguientes fueron los más difíciles, ante la indefinición de su amigo, a quien lo nota –en algunas cartas suyas– dubitativo en su convicción ministerial. Tras unos meses de espera, de “soledad insegura”, en agosto, María Felicia conoce a la madre Teresa Margarita, priora de las descalzas, en el Hospital Español, con quien se descargó y recibió orientación espiritual.
El 16 de noviembre, finalmente, recibe la ansiada carta de su joven amigo, donde le anuncia su decisión de ingresar en el seminario. Ahora a ella solo le faltaba saber dónde la quería el Señor para servirlo.Pero la “noche oscura” volvió cuando el padre de Sauá se opuso férreamente a la idea de su hijo.
Durante casi todo ese año, los conflictos en la familia Sauá Llanes minaban de preocupación a Chiquitunga en que su “hermano del alma” se echase atrás de su incipiente camino ministerial. Igual, se delataba ella al contar que conservaba una “fibra de ilusión” en su corazón de que él regrese y emprendan juntos “lo otro”; como en clave hacía mención al matrimonio secular.
Más de una vez se preguntó si el sendero que les deparaba era el mismo que tuvieron los padres de Santa Teresa de Jesús, quienes terminaron casados tras hacer el mismo “desposorio” que ellos.María Felicia sin titubear reprimía inmediatamente esos anhelos y hasta le embargaba la culpa.
“Desprendimiento, entrega e inmolación” era la ecuación espiritual que le mantuvo firme en su afán de santidad.A finales del año señalado, como “regalo de Reyes” –dice– don Manuel cede a las pretensiones de su hijo. En enero de 1954, Chiquitunga inicia los ejercicios espirituales resuelta a entregarse de cuerpo y alma como carmelita descalza.
“Estoy enamorada de Sauá, pero más estoy enamorada de Jesús”, fue la confidencia que le hizo a una carmelita de Montevideo. Sublimado por entero su amor a Sauá, solo dos cartas le envió en el 54 y no le reveló aún sobre su deseado ingreso a la clausura del carmelo. La vida contemplativa era la antítesis de su cualidad militante en la AC, callejera, siempre de activando en todo lugar.
Recién a inicios de 1955, le anuncia su ingreso al monasterio en lo que sería la carta 47, la última. Ella tomó los hábitos como novicia en agosto de 1955; al año siguiente, practicó los votos temporales y, debido a su repentina muerte en 1959, no llegó a profesar los votos perpetuos.En tanto que Sauá se ordenó como sacerdote en Roma en 1963. El médico siquiatra dejó cerca de los 80 los hábitos. Reside desde hace 37 años en la capital de Italia.