No se trata de quién se sienta en los primeros bancos. Tampoco de quién leé las lecturas, ni de quién eleva el canto. No se trata de quién va y viene con los decoros, de quién anota las intenciones, ni quién se encarga del coro. No se trata de lo que predica el cura, tampoco de sus opiniones o posibles reflexiones. No se trata de quién se arregla para hacer la guía o se elige para llevar las ofrendas. No se trata de quién da la comunión, tampoco de quién hace la colecta. No se trata de quién me confiesa, ni de quién me saluda, ni de quién me ignora. No se trata de reprochar. Se trata de agradecer. No se trata de criticar. Se trata de valorar. Se trata del amor del momento. Se trata del misterio, de la presencia. Se trata de Él, no de nosotros.