Hay veces en que la vida se torna compleja. Pareciera que todo está pies arriba y no sabemos hacia donde poner nuestra mirada, no sabemos por donde partir.
Situaciones difíciles y dolorosas, preocupaciones, angustias, estrés. Todo eso no tarda en llegar en cualquier momento de la vida. No es que las andemos buscando, pero los cristianos tenemos plena conciencia que también nos toca en cierta medida compartir un poco la cruz que cargó Jesús por cada uno de nosotros, sabiendo además que esa cruz siempre ha sido nuestra y no de Él.
Estas últimas semanas han sido particularmente difíciles para mí. He podido tocar de cerca lo que significa la enfermedad de seres queridos, y también todo lo que implica la carga de su cuidado y atención. El detalle está en que en mi casa no es solo un enfermo sino 4. Y todos en casa. Suena aterrador. Y a ratos lo digo con honestidad, lo ha sido.
La experiencia de la enfermedad sin duda es algo que uno nunca quisiera vivir pero siempre sale a nuestro encuentro. Este tiempo ha sido de operaciones, tratamientos, procedimientos, idas y venidas al hospital. Todo eso causa que el corazón esté constantemente apretado porque nunca se está totalmente preparado para vivir estos momentos.
Por ahí pensaba: ¡Qué distinta va a ser esta Navidad! y al principio me daba tristeza. De hecho siempre he sido el encargado de armar el árbol de navidad, porque es un tiempo que me gusta, y esos signos tangibles, nos hacen de algun modo, no solo preparar nuestro hogar, sino más aun el corazón para esta fiesta de la encarnación de Dios.
Pasaban los días y no me venía ni un impulso ni ganas de armar nada. Creía que no tenía sentido.
Y fue allí cuando me vino al corazón un momento de lucidez donde poder encontrarle el sentido a esta “navidad distinta”, y es que Dios tocó fuerte mi deseo de no querer que esta Navidad pasara desapercibida, entonces me arme de valor y quise darle cabida a este acontecimiento del nacimiento de Jesús en un rincón especial de mi casa.
Todo esto me sorprendió porque sencillamente fue una moción de no querer que Jesús nazca en todas las casas, menos en la nuestra. Es una invitación fuerte del Señor de echar afuera el desánimo, dejar de lado la tristeza y desolación, y ponerme en camino, como los pastores y reyes a recibir a este pequeño Jesús que viene a mi puerta. La puerta de mi casa y corazón.
Y ahi está, sin más, una casita, con luces, paja, flores, y unos cuántos personajes en actitud de espera. Y es que esta noche llega el Salvador. Aquél que todo lo puede, todo lo espera, todo lo soporta. Porque ese pequeño niño envuelto en pañales nos trae la buena noticia, ¡la del amor!
Y yo, aquí estoy otra vez. Dando gracias incluso en medio de la dificultad. Nunca preparé tanto el pesebre, y creo que eso responde a mi deseo de querer dar un lugar a Jesús, quien viene hoy a nacer en este pedazo de mi historia, viene a nacer en esta pobreza que hoy le puedo entregar.
¡FELIZ NAVIDAD!
Javier Navarrete Aspée