Domingo 18 de Abril del 2021 – Evangelio según San Lucas 24,35-48

viernes, 16 de abril de
image_pdfimage_print

Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”.

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”.

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.”

 

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro sacerdote jesuita

 

El tiempo de Pascua nos plantea a los cristianos un gran desafío: abrir el corazón a la alegría y al consuelo que nos trae Jesús resucitado. Se trata del desafío de ser testigos de la alegría, ser testigos de la buena noticia.

Y ser testigos, no se queda en ser relatores de lo que nos han contado, sino que implica dejar que nuestra fe en el Resucitado empape nuestra vida y la transforme en signo de esa buena noticia para nuestra gente y nuestro tiempo.

¿Por qué es un desafío abrir el corazón a la alegría? Porque tantas veces nos quedamos anclados en modos de pensar desilusionados, amargados, quizá en experiencias o recuerdos que nos paralizan, o nos boicotean; porque muchas veces seguimos creyendo más en lo que nos ha herido que en lo que nos ha salvado, rescatado.

Abrir el corazón a la alegría del Resucitado, es acoger la realidad, así como es, compleja, conflictiva, y creer firmemente que es a esta realidad que Jesús ha venido a redimir, y que su resurrección nos habla del triunfo del amor y de la vida sobre cualquier tipo de oscuridad y muerte, aunque, a veces, parezca lo contrario. La alegría de la resurrección nace de la esperanza y de la fe en este Jesús que vivió entre nosotros, que pasó haciendo el bien, que jugó la vida predicando el Evangelio de la misericordia, de la fraternidad, de la justicia, el Evangelio del amor, y que fue fiel hasta el final. Este Jesús, es el que resucitado nos dice: vale la pena mirar hacia adelante con esperanza, vale la pena no creerle a lo que nos aplasta, vale la pena confiar en el perdón y el amor incondicional de Dios. Vale la pena hablar, cantar, gritar, anunciando los caminos que hacen bien al ser humano y denunciando lo que daña y quiere atropellar nuestra dignidad.

A veces le tenemos miedo a la alegría; a veces no la dejamos entrar porque hacerlo implicaría abandonar todo aquello que justifica nuestras inacciones, nuestras perezas. Pero si la dejamos entrar, si le creemos al Resucitado, seguro que nos animaremos a vivir procesos de confianza, de crecimiento, de perdón que nos permitan amar más plenamente y respirar más hondo, porque no hay nada que pueda quebrar la esperanza que Dios ha sembrado en nuestro corazón, a través del Resucitado.

Jesús resucitado no es un fantasma, no es una idea, no es un modelo para que solo lo miremos; Jesús resucitado es una realidad y una experiencia que todos nosotros podemos hacer, y, como los apóstoles de aquella época, dejar que Jesús nos mueva el esqueleto, y nos saque los miedos a la alegría; y con la gracia de Dios, hagamos permeable nuestro corazón para que la Resurrección nos impulse a elegir los caminos que nos conduzcan siempre a amar más.

Que Dios nos bendiga y fortalezca.