Jesús exclamó: “El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó”.
“Yo soy la luz” es una de las palabras que más eco podemos dejar que haga el evangelio de hoy. Jesús dice de sí que es luz y ha venido al mundo para que no permanezca en tinieblas. No viene a juzgar, sino a salvar.
Así podemos entender esto de ser luz: toda la vida de Jesús, desde el momento de la Encarnación hasta la Glorificación de la Resurrección, no solamente es todo entrega de sí a los demás en despojo y anonadamiento, sino también claridad que viene a echar fuera el dominio de las tinieblas. Jesús es luz verdadera que de la misma manera que nos da vida y vida en abundancia, esta vida solo puede ser verdadera si se da en la claridad. Jesús echa fuera el dominio de las tinieblas, instaurando un Reino de Luz, de Justicia y Verdad.
De esta manera podemos contemplar cómo el enemigo de nuestra naturaleza humana, el mal espíritu y la misma Muerte es vencida por el poder de la Resurrección de nuestro Señor. Jesús ilumina todo el universo con la luz nueva de su Pascua para poder hacer así nuevas todas las cosas. Todo es iluminado por Jesús y su luz. Nada queda sin ser abarcado por la nueva luz del Nazareno, de modo que todo encuentra su sentido y su plenitud. Todo es iluminado por Jesús para que ya nada perezca en las tinieblas. Para que todo brille. Para que todo se encamine al fin último para lo cual es creado.
De allí que la única condición para ser partícipes de esta luz sea la de aceptarla y dejarnos iluminar por ella. Esto es una decisión. Es una elección de vida que no tiene nada de pasivo sino todo lo contrario: no se trata solo de un dejarse iluminar como si uno estuviera de cara al calorcito del sol en invierno, sino de la apertura de memoria, inteligencia y voluntad, de todo el corazón al Corazón de Jesús. Dejarnos iluminar por Jesús es querer terminar de convertirnos y decididamente lanzarnos a la hermosa aventura de creer en serio en Jesús y su Reinado.
¡Claro que no es fácil! Pero nos basta su gracia. Nos basta su gloria. Nos basta la ternura y la misericordia de un Dios derretido en caridad que se la juega por completo por amor. Por amor a todos los varones y mujeres. Por amor a vos y a mí.
Entonces vamos entrando en la nueva mentalidad del Reino que Jesús nos anuncia e instaura con su Pascua: dejarnos iluminar por Jesús será vivir de acuerdo a los valores del Evangelio, esos mismos que Él anuncia con hechos y palabras.
Que Jesús sea luz también puede ser un lindo itinerario de sanación: dejarse iluminar por Jesús es también dejarlo entrar por completo en nuestra vida y en nuestra historia. Así sin más. Y pedir la gracia de que todo sea iluminado por la gracia de Jesús, incluso como esos “conos de sombra” que muchas veces tenemos en el corazón, que nos duelen, que son pesados, que nos paralizan… y confiárselos a la luz de Jesús. Que Él venga a iluminar y entonces ilumine todo, sin que nada quede afuera de su luz y de su claridad. Nada tampoco de nuestro interior que quede afuera de la luz redentora de Jesús. San Irineo decía que “lo que no se asume, no se redime”. Por eso toda la condición humana es asumida en la Cruz de Jesús. Nos queda como linda tarea entonces poder en medio de este tiempo pascual, tiempo de resurrección, tiempo de claridad, dejarnos iluminar por la luz de Jesús, por toda su persona, y tomarnos el trabajo de pedirle que venga incluso a esas zonas oscuras de nuestra alma donde más se necesita la redención. Para que se redima todo y no solo una parte. Para que seamos verdaderamente purificados. Para alcanzar la gracia de la sanación interior.
Que Dios te bendiga y la Virgencita te proteja.
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