Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”. Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”.
¿Hemos celebrado ayer la gran fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, la fiesta de la Iglesia! Esa comunidad apostólica, temerosa, llena de inseguridades, llena de fragilidad, se transforma por la fuerza del Espíritu como dice Jesús, en el evangelio, en comunidad que da testimonio, que dará testimonio incluso con el martirio de la pascua de Jesús
Y hoy la Iglesia nos invita a celebrar justamente en continuidad y en profunda conexión con la fiesta de Pentecostés a María, madre de la iglesia.
Sin duda nos imaginamos a María junto a los apóstoles recibiendo el don del Espíritu Santo, sin duda que María también recibe ese Espíritu que la hace justamente Madre de la Iglesia, Madre de esa comunidad que se transforma en una comunidad misionera, en una comunidad que saldrá a dar testimonio y a anunciar esta buena nueva de Jesús.
Por eso te invito a que hoy descubramos, en primer lugar, la presencia de María que siempre nos acompaña, siempre está presente, así como estuvo presente en los momentos fundamentales y claves en la vida de Jesús, de los apóstoles, también está presente en tu vida:
– María presente, como madre. – María presente con su ternura, con su amor acompañando cada momento de nuestra vida.
Y descubramos la fuerza del Espíritu que ha sido derramado sobre nosotros, que nos hacen misioneros, nos hace verdaderos testigos de Jesús. Anunciado es de esperanza, de vida, en esta sociedad, en este mundo tan desafiante que nos toca vivir.
Vivamos pues esta jornada, conscientes, de la presencia de María a nuestro lado y del Espíritu de Dios, que nos impulsa a dar testimonio del amor de Dios.
Amén
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