Yo también coincido en eso de que los verdaderos amigos son uno de los rostros más auténticos de Dios.
La charla sincera, la alegría profunda, la risa honda, la mano tendida en las tormentas de la vida, la mirada que abraza, el ser sin camuflajes, la aceptación incondicional de todo lo que el otro es, saber que se nos acoge grises o radiantes, el tiempo compartido, la palabra que necesitamos (aunque no sea siempre la que más queramos escuchar), el gesto sincero, las miradas cómplices, las aventuras vividas, los sueños de sobremesa, los logros compartidos, la desnudez de lo más auténtico de nosotros mismos entre mate y mate, la escucha atenta, la presencia constante y sencilla, la certeza compartida de saber que nunca estaremos del todo solos porque nos tenemos.
Hay en el compartir con amigos algo de beber de la mismísima fuente de la Vida, es una bocanada de aire en los días agitados, es un oasis en los días de desierto, es agüita fresca cuando tenemos sed de lo Verdadero.
En este día solo voy a nombrar con el corazón tanta vida compartida. Hay tanta vida para agradecer, tantos nombres que nos habitan, tantos rostros que nos acompañan, tanto por aprender de otros. Gracias, Dios mío, por el regalo de compartir vida con tantos compañeros de camino con quienes me has regalado la gracia de coincidir. Un solo deseo: ojalá sea mi amistad también reflejo de tu rostro.