Jesús está en la Sinagoga. Lugar de especial consideración. Pero también está una mujer “encorvada durante dieciocho años”. Toda una vida mirando al suelo. Toda una vida mirándose a los pies. Toda una vida sin poder ver el cielo. Toda una vida sin poder mirar de frente y hacia delante. Toda una vida sin poder mirar a los ojos ni de sus hijos.
Vivir dieciocho años encorvada, doblada sobre sí misma. Y todos contentos, ya todos se habían acostumbrado a verla así. Ya no llamaba la atención a nadie. Bueno, hasta que llegó Jesús y la miró.
Estoy pensando: En cuántas mujeres siguen también hoy encorvadas. Encorvadas porque son consideradas menos que los hombres. Encorvadas porque son discriminadas política y religiosamente. Encorvadas porque son discriminadas en sus salarios. Encorvadas porque no son reconocidas en su igual dignidad con el hombre. Encorvadas porque se les cierran muchos caminos, que son permitidos a los hombres. Encorvadas por el autoritarismo y machismo conyugal. Encorvadas porque se ven obligadas a ser vendidas y compradas para satisfacción del hombre, con el beneplácito de todo el mundo.
Y lo peor es “ver a una mujer encorvada en la Sinagoga”. Lo peor es “ver a una mujer encorvada en la Iglesia”. Y hacerlo además como expresión de la voluntad de Dios. ¿No necesitaremos de un Jesús que venga de nuevo e imponga sus manos sobre esas mujeres excluidas y encorvadas y las ponga en pie también en la Iglesia? Mujeres encorvadas, Dios las quiere de pie, mirando libremente hacia delante. Por eso, ¡perdonad nuestra insensibilidad!
Clemente Sobrado cp.