Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?”. El les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”. Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre”.
El camino hacia Dios es un camino que se hace con el corazón, que involucra nuestra interioridad y que impacta directamente en nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos, impulsándonos al amor y a la misericordia. El camino hacia Dios, que nos invita a vivir Jesús, nos hace responsables del cuidado del propio corazón, reconociendo que dentro de nosotros mismos experimentamos impulsos, deseos, sentimientos, reacciones que van en sentidos distintos y hasta contradictorios, algunos ordenados al amor y otros, que si los dejamos, llenan nuestro corazón de mentira, violencia, orgullo, superficialidad, rompiendo así con la fraternidad del Reino.
Cuidar el corazón es lo definitivo, e implica hacernos responsables de nuestra realidad interior para elegir la vida, para elegir aquello que nos impulsa a vivir con libertad y con el sentido puesto en buscar el Reino de Dios y su justicia. ¿Cuál es la tentación de las personas religiosas, hace 2000 años y también en nuestro presente? Cuidar lo exterior sin privilegiar lo interior, ser observantes de las tradiciones y cumplir los ritos escrupulosamente buscando de esa manera estar en paz con Dios, pero descuidando la vida fraterna en humildad, misericordia y amor; adjudicar a lo exterior la responsabilidad de hacernos buenos o malos, echando culpas a otros de lo que en realidad se juega en los caminos que elige el propio corazón.
Pues, de Jerusalén venían aquellos fariseos y escribas que cuestionaron a Jesús porque sus discípulos comían con las manos sucias, decretando que eso los hacía impuros. Y, el Señor, con gran sentido religioso, pero del bueno, y con un más grande sentido común, los llamará hipócritas y los cuestionará porque nada de fuera puede hacer impuro al ser humano, sino lo que sale de su corazón, es decir, los caminos que elije o por los que se deja llevar. El criterio no es el cumplimiento de ritos que se vuelven vacíos, sino la fraternidad propia del Reino. Cuidado con pensar que lo esencial es el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha hecho, y no la misericordia. El problema, según Jesús, es que los fariseos terminan dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos de Dios. Incluso, las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse con la conciencia tranquila.
El mal no viene de fuera, sale de dentro. Y por eso tenemos que estar atentos a la realidad de nuestro propio corazón. Nuestro mayor enemigo, si nos descuidamos, somos nosotros mismos. Pero si con lucidez y humildad atendemos nuestra realidad interior podremos elegir caminos de fraternidad, amor y misericordia, en medio de dificultades, pero así daremos gloria a nuestro Dios.
Que el Señor nos bendiga y fortalezca.