Jesús dijo a sus discípulos: “Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”. El Señor le dijo: “¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: ‘Mi señor tardará en llegar’, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.”
En el evangelio de hoy Jesús nos habla definitivamente de la actitud de servicio y perseverancia. Son dos cosas que muchas veces nos pueden costar vivir. Sobre todo la perseverancia. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! nos dice Jesús. ¡Cómo nos cuesta! ¡Cómo nos cuesta ser perseverantes en nuestro modo de vida y en nuestro estilo de seguir a Jesús! ¡Cómo nos cuesta ser perseverantes en las tareas y ministerios que asumimos dentro y fuera de la Iglesia! ¡Cómo nos cuesta muchas veces sostenernos en los compromisos que asumimos!
Por eso creo que es otra de las características de la libertad: el servicio y la perseverancia. El servicio, porque nos hacemos libres para amar y el amor puesto en obras es el servicio. Pero esto no puede ser esporádico. No puede ser voluntario. No puede ser de a ratos. La solidaridad no puede aparecer solo cuando son noticias las inclemencias del tiempo que causan desastres como las inundaciones o alguien muere de frío en las calles de nuestras ciudades, pensando todavía que la calle es un lugar para vivir. No podemos vivir de veras nuestro compromiso cristiano esporádicamente y de vez en cuando. No podemos hacer de la solidaridad una virtud excepcional. No podemos ser cristianos y vivir mirándonos el ombligo, procurando nuestro propio bien, nuestro propio confort y nuestra propia seguridad a costa de los demás. Eso no es cristiano.
Pobres y desprendidos; serviciales y constantes en nuestra tarea de hacernos cada día un poco más libres, para poder saber dónde está nuestro tesoro y a qué cosas se aferra nuestro corazón; y así poder poner el amor en obras, con la gracia de Jesús.