Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”. El respondió: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Y él les responderá: ‘No sé de dónde son ustedes’. Entonces comenzarán a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas’. Pero él les dirá: ‘No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!’. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos”.
¡Qué lindo personaje este que nos regala el evangelio de hoy! Es uno de los más simpáticos del Evangelio de Lucas. No se nos dice quién es, solo que le hace a Jesús una pregunta. Una pregunta que va a dotar de sentido todo el pasaje de hoy y el evangelio en general.
La persona que hace esta pregunta, a la que Jesús responde y ahonda dejándonos una hermosa enseñanza, tiene como característica fundamental la de ponerse él mismo del lado de los salvados. Me puedo hasta imaginar la escena. Suponemos que es un varón, dado que en la época de Jesús no se les permitía a las mujeres acercarse tanto a los varones, (aunque Jesús sea la excepción a la regla) y que se pone al lado de Jesús, lo mira, mira la gente y la multitud y entonces hace la pregunta. Es terrible. Un pequeño hombrecito, al lado de Jesús, que sin ningún tipo de vergüenza alguna se siente ya salvado, -sea por mérito personal, sea por elección divina- se pone a la par de Jesús y mirando con aire de superado lanza la pregunta: “¿Es verdad que son pocos los que se salvan?” Lo hace desde una soberbia increíble, sin ningún reparo, a quemarropa, casi me imagino con pena por la multitud. Casi como que le pasa la mano por el hombro a Jesús y poniéndose a su altura, se sabe ya salvado, del lado de los buenos, de los observantes, de aquellos que ya tienen garantizada la salvación. Un pequeño enano soberbio, digno de las mayores de las compasiones.
Por eso la respuesta de Jesús: “Traten de entrar por la puerta estrecha”. Esta frase no sólo es una corrección a la actitud de la persona que se le acerca creído de la salvación personal, sino que lo dice como pauta esencial a la fe católica. No para generar miedo y angustia, pensando que el dios castigador que alguna vez mal aprendimos en el catecismo va a descargar su ira sobre nosotros, sino como actitud fundamental de vida a asumir para todos los que quieran seguir a Jesús. La puerta estrecha es lo diametralmente opuesto a la actitud de la persona que se acerca a hacerle la pregunta a Jesús.
La salvación no se merece. No se obtiene por mérito personal, ni por voluntarismo férreo, ni por la mera observancia de mandamientos y cumplimiento de normas. Tampoco por la mera espera de que todo nos venga de arriba y nosotros sin hacer nada, seamos justificados por Dios. Por eso la actitud que nace de la aceptación de Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida, es la cooperación de nuestra voluntad y su gracia. Y de esa manera, entender las palabras de San Benito que retoma San Ignacio: “ora, como si todo dependiese de Dios; trabaja, como si todo dependiese del hombre”. En esto radica el misterio de la salvación: en hacernos cooperadores de la gracia divina.
Todo esto nos puede ayudar hoy a repensar una vez más nuestra vida y nuestra fe y procurar así de una manera sencilla, pero sincera, buscar la voluntad en nuestra vida, ni parado con los brazos cruzados, ni rompiéndonos el lomo sin parar de hacer cosas. Examinar nuestro corazón y buscar qué es lo que nos quiere decir Jesús con la puerta estrecha. Puerta estrecha será lo relativo a Dios en lo pequeño, sencillo y cotidiano de nuestra vida, en el servicio, la escucha atenta, la oración confiada, pero no confianzuda, la compasión, el ponernos en el lugar del otro y lograr la empatía, generar Cultura del Encuentro sin que nadie se quede afuera, sin exclusión, ni marginación, compartiendo y viviendo en comunidad.
Sabemos que ya hemos sido salvados por Jesús por el misterio de la Pascua. ¿Qué nos queda? Creer en serio esta verdad de fe. Luchar día a día por un mundo más justo y más solidario, dejando de lado la actitud de esa persona que se le acerca a Jesús a hacerle la pregunta, para trabajar todos juntos por una salvación que no sea para unos pocos, sino para todos los varones y mujeres de buena voluntad, con quienes recorremos a diario los caminos de este mundo.