Cuando el tiempo aprieta y no hay forma de parar el reloj solo queda pensar “tal vez puedo tener todo bajo control pero, si hay algo que sobrepasa mis alcances humanos, es el tiempo”.
Tiempo. Muchas veces admito que no tengo pero… si se trata de un regalo ¿cómo no tenerlo? Lo que pasa es que a veces no lo administramos, no lo administro, de una manera adecuada para “llegar” con todo.
“Todo”. ¿Qué abarca ese todo? ¿Allí se encuentran mi familia? ¿Mi espacio? ¿Mis momentos de alegría? ¿Distracciones? o simplemente ¿Mi salud? A veces solo pareciera que tiene que ver con llegar a estudiar, cumplir con labores o responsabilidades (que no son meramentes malas) pero descuido otras muy importantes. Sobre todo la esencial: descuido el tiempo que Dios se merece, merece por el solo hecho de despertarme cada mañana y permitirme vivir el dia, para ser “dueña” de mi tiempo. Si Dios dejara de pensar un mínimo segundo en mí, ahí si que no tendria tiempo: porque, lisa y llanamente, yo no existiría… Cuántas veces lo he descuidado por cumplir con otras cosas que juzgo de mayor importancia.
No dejes que mi tiempo se esfume entre mis manos Señor. Necesitaba parar un poco con mis tareas, además se trata de una acción que está en mis manos… Parar y contemplar hacia donde estoy yendo, ¿hacia dónde me dirijo en mi presente? Con tanta prisa. Nadie me corre. Sí, o al menos siento que mis sueños me corren; o mejor dicho, yo estoy corriendo tras ellos. Corro de manera apresurada para alcanzarlos, lo más antes posible, porque aveces la realidad presente se hace pesada y quisiera huir de ella. En esos momentos, lo único que me queda es la esperanza por un futuro mejor. Pero, acaso, ¿soy dueña de ese futuro esperanzador? La verdad es que, en este presente, todavía no lo soy. Sí soy dueña para elegir el camino por el que quiero transitar para dirigirme hacia dicho futuro.
Sé que voy por un buen camino.
Pero los atajos tientan, muchas veces no veo las señalizaciones de la ruta, la cruz me pesa, siento que el combustible se va acabando y la vida se vuelve contramano.
Sin embargo, existe una esperanza presente. Esperanza que también fue pasada y será futura: estoy hablando de un Ser muy especial. Ser que sabe guiar mis pasos y quiere hacerlo. Me da tanta pena saber que hay momentos en que “borro la memoria” de Ese GPS, o simplemente lo apago e intento viajar sola. Muchas veces he ido sin rumbo, sin saber hacia donde me dirigía, o sin el simple hecho de preguntarme para qué estoy recorriendo este camino presente.
Por eso es bueno parar, parar al costado de la ruta y contemplar el paisaje para volver a reencontrarme. Reencontrarme conmigo, pero sobre todo RE-encontrarme con ese Ser que quiere estar al lado mio SIEMPRE.
Por eso, voy bajando la velocidad y paro. Paro a un costado y miro el campo, ese campo ubicado al borde de la larga ruta vacía en la que me encuentro. Y contemplo. Sólo contemplo. Y me doy cuenta de algo. Algo que vengo deseando sentir hace más de un año. Deseando ver Esa presencia invisible tan partícipe de mi vida, pero que muchas veces parece no estarlo. Y contemplo. Sólo contemplo. Y de un momento para el otro, una lágrima cae sobre mi mejilla. Cae porque me doy cuenta que en realidad no estoy tan sola como creía, y comienzo a recordar que a lo largo de estos -tal vez- 14 meses de noche oscura, siempre estuvo Ese rayito de sol brillando en mi cotideaneidad. Brillando con pequeños gigantes milagros. Sacándome sonrisas. Milagros que sólo Dios puede regalar, nadie más. Y por eso vuelvo a subir a mi auto y retomo el camino de mi vida. Transito por esa bella ruta y observo el cielo con admiración ya que parece haber cambiado el estado del clima, ya se fueron las nubes. Detrás de mí, me acompaña el bello y radiante sol y por delante mi Guía de ruta. Como siempre, porque siempre ha estado allí. Sólo que esas tristes nubes no me lo dejaban ver. Y recorro ese bello campo que me acompaña a ambos lados de la carretera y no puedo dejar de sorprenderme y sentir esa Presencia Viva dentro de mi alma. Y sigo mi camino…
Sólo para que entiendas un poquito, quiero contarte algo. Porque pareció que dije algo así como que “de la nada” cayó una lagrima sobre mi mejilla… En ese momento, cuando bajé de mi auto, bien dije, contemplé. Y sucedió. Sucedió lo que menos esperaba en ese momento: todos los girasoles que se encontraban en ese gigantesco campo giraron y miraron el sol. Se trató de un momento que me transmitió dos detalles: primero, las manos de Dios sobre la naturaleza, y su poder por sobre ellas. Y segundo, esperanza. Estas plantas esperan, todas las noches esperan a la mañana para despertar y admirar ese sol que les transmite la vida. Y me di cuenta en ese preciso instante. Dios tiene en sus manos a toda la naturaleza, incluyéndote a vos y a mi. En Él, en Sus manos, está todo lo que yo creo me pertenece, cuando en realidad, nada de lo que tengo me pertenece porque todo es Suyo. Y gracias a Él, mi esperanza debería renovarse cada mañana, porque puedo contemplar el sol y volver a vivir un dia más. Pero muchas veces, las nubes tapan ese bello y radiante Sol y me introduzco en el vacío solitario de mi soledad. Creyendo que caminando sola podré llegar lejos.
Y allí pensé, estas plantas, si no tuvieran ese sol ¿morirían? la verdad es que no supe responder esa pregunta porque no sé nada de girasoles. Lo que sí se, es que si -personalmente- intento alejarme de ese Sol, yo sí moriría. Moriría mi alma. Porque cuando un alma no es ni siquiera un poquito alegre, comienza a marchitarse, se vuelve vieja. Como los girasoles, que cuando alcanzan una cierta madures detienen su danza.
Por eso es que no quiero descuidar ese Sol. Sol que llena mi alma de una alegría desbordante, Sol del que no necesito proteger mi piel con ningún factor de protección. Sino que, por el contrario, quiere ingresar en cada poro de mi piel, hasta lo más profundo. Hasta llegar a mi alma.
Termino con esto último, sé que es dificil seguir a Dios, cargar con la cruz, cargar con nuestra vida y responsabilidades, preocupaciones y dolores. Y ¡vaya! que Dios sabe que es difícil. Anda a decirle algo al que cargó literalmente con la Cruz.
Pero sin embargo, siempre que ese Sol radiante -que es Dios- siempre que ese Sol irradie nuestro camino con su luz, amor, paciencia y misericordia podremos continuar el viaje danzando. Al ritmo de los girasoles, con toda la alegría que ello implica.
De eso se trata nuestra vida, podemos compararla con una ruta. Ruta por la que emprendemos la travesía y la gran aventura de viajar, porque nuestra vida es un viaje. Sólo que no debemos olvidarnos de lo primordial: vivir.
Así que, citando a mi queridísimo James Blunt, en su canción Face The Sun me despido:
” Dios sabe que es difícil. Pero con el tiempo todas las flores giran hacia el sol. “