Jesús dijo a sus discípulos: “No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande”.
El texto del evangelio de hoy es de Mateo, ya caminando en nuestro Adviento, hacia la Navidad, haciendo presente la venida del Señor. Y esto de estar atentos y vigilantes.
Que bien nos viene en el texto del evangelio de hoy. “No son los que me dicen Señor, Señor los que entrarán en el reino de los cielos, sino lo que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el Cielo”. Como solamente, “no debo” hablar de palabra con respecto al evangelio, sino que eso tiene que estar internalizado en mi corazón.
Los gestos también importan, los hechos de mi vida. ¡Aquellas actitudes, virtudes que tengo, ponerlas al servicio del evangelio. Cumplir la voluntad de Dios. Y se me ocurría también, pensar hoy: ¿discernimos claramente cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida? ¿Rezo pidiéndole al Señor, mostrarme cuál es tú voluntad en mí vida?
A veces, en la comunidad o con otros nuestros hermanos vamos discerniendo la voluntad hacia una comunidad. Lo que quiere Dios en este tiempo. ¡Eso está muy bien!
Ahora, en mi vida, en mi propia vida: ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿Que quiere Dios de mí? ¿Que quiere Dios de mí? Para qué entonces, mi anuncio del evangelio, mi palabra, también conviva con mis hechos, con mi vida.
Preguntarnos hoy: ¿Cual es Señor, tú voluntad en mí? ¿Qué querés de mí? ¿Qué vas queriendo de mí?
Se lo preguntemos. Lo discernamos, en este día, para que entonces podamos decir (esta tarde): ¡Qué lindo Señor! porque conociendo tú voluntad sobre mí, mis palabras y mis obras irían en un mismo mismo caminar. Que es el caminar de tú estilo, de tú evangelio.
¡Un abrazo y una bendición a todos!