los envió a decir al Señor: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Cuando se presentaron ante él, le dijeron: “Juan el Bautista nos envía a preguntarte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?'”. En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados: “Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!”.
Una de las cosas que más nos pueden llamar la atención del evangelio de hoy en este tiempo de Adviento es la pregunta que manda a hacer Juan desde la cárcel. Es lindo poder componer el lugar. Juan se hallaba preso por culpa de su predicación en contra del rey Herodes, que se había casado con su cuñada. Juan siente que le queda poco tiempo y vive la soledad. Son tiempos oscuros, solitarios, de pesada desolación. Y lo que escucha decir sobre Jesús lo inquieta. Son primos. Se conocen de toda la vida, desde el vientre de sus madres. Juan cree que Jesús tiene un poder especial, y cree que es el Mesías. Pero hay algo que lo deja intranquilo. Y es que la idea que él tenía sobre el Mesías no se ajusta mucho a la persona de Jesús.
¿Por qué? Justamente porque la expectativa mesiánica de Juan el Bautista era la de un Mesías que viniera a restaurar el orden de Israel, a hacer justicia, a liberar socio-políticamente al Pueblo. Es una de las tantas imágenes que se recogen del Antiguo Testamento: El León de Judá que va a arrasar con todo lo que tiene delante para acabar a sus enemigos y hacerlos estrado de sus pies. Esa es la idea de Juan Bautista. Por eso, cuando escucha lo que dice y hace Jesús, esa expectativa se tambalea un poco.
Por eso manda a sus discípulos a averiguar y a preguntarle a Jesús. Sabe que el tiempo es poco y que no le queda mucho. Quiere morir sabiendo la verdad y si vale la pena creer que Jesús es verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el salvador. Necesita escucharlo de sus propios labios. Para poder creer. O, de lo contrario, seguir esperando a otro.
Entonces viene lo genial del evangelio de hoy, que es la respuesta de Jesús. «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!» ¡Qué linda la respuesta de Jesús! Desconcierta. Desconcierta por completo.
Porque Jesús le pide que le cuenten todo lo que él hace. No teoriza ni le da una clase de teología. No les habla de cosas que no puedan entender o acceder. Incluso les cita entre líneas al profeta Isaías en sus capítulos 35 y 61. Jesús tiene una línea de continuidad con el Primer Testamento, pero también una ruptura: su mesianismo no tiene nada que ver con erigirse como líder político o social que subleve al Pueblo, sino que viene a instaurar un nuevo orden, un nuevo modo de ver, pensar y hacer; una nueva jerarquía de valores, donde los privilegiados son los postergados y excluidos de la sociedad. La verdadera irrupción del Mesías tiene que ver con que los enfermos, los impuros, los excluidos y los pobres adquieren verdadero protagonismo en el Plan Salvador de Dios. Ese es según Jesús el signo indeleble de que el Mesías ha llegado y su Buena Noticia es anunciada a todos, pero que empieza por los últimos, por los más postergados, por los más olvidados, por los sobrantes de la Cultura del Descarte, por los que nunca habían tenido voz propia, por los pequeños. Y de esta manera también nos va a revelar el modo que tiene Dios de habitar en medio de su Pueblo. No será por medio de grandes prodigios ni hazañas o de importantes gestas y batallas. No. De ninguna manera. A partir de la instauración del Reino de Dios en la persona de Jesús, todo lo humano está llamado a ser divino, y eso tiene que descubrirse en lo pequeño, sencillo, común, ordinario y cotidiano del día a día de todos los días.
Quizás podamos experimentar nosotros la misma tentación que el Bautista. Muchas veces nos cuesta creer en Jesús y su mesianismo, tan ajeno a revoluciones, grandes acontecimientos, hechos prodigiosos, que en definitiva hablan más de nuestra mentalidad que de la mentalidad de la Buena Noticia de Jesús que es el Evangelio. Muchas veces pecamos de querer meter a Dios en nuestras ideas y no de meternos nosotros en el Corazón de Dios. Muchas veces queremos un Dios a nuestra imagen y semejanza y nos olvidamos que somos nosotros imagen y semejanza de Él.
Al Dios de Jesús lo vamos a encontrar siempre entre sus preferidos: los pobres, los pequeños, los marginados y los excluidos. Porque es por ellos donde empieza su obra de salvación y su mesianismo: en la opción preferencial por los postergados de nuestro tiempo. Como decía el Santo Cura Brochero: “Dios es como los piojos, está en todas partes, pero prefiere a los pobres”.