Lunes 24 de Enero del 2022 – Evangelio según San Marcos 3,22-30

viernes, 21 de enero de
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Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: “Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios”.

Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: “¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?

Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.

Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”.

Jesús dijo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu impuro”.

 

Palabra de Dios

Padre Gustavo Ballario | Sacerdote de la Diócesis de San Francisco

El texto nos presenta la discusión entre Jesús y los escribas que habían venido de Jerusalén. Estos abren la hostilidad con grandes acusaciones, que es también su respuesta a la pregunta en la mente de todos: «¿Quién es este?». Es un pecador –afirman– es uno que actúa con el príncipe de los demonios. Jesús responde con imágenes y parábolas, habla de Satanás, de un hogar roto que no se puede sostener, una casa ocupada por un hombre fuerte que es atado y concluye con la declaración enigmática sobre el pecado que no puede ser perdonado.

Examinemos el contenido del texto.

Los escribas tienen ya hecha su opinión acerca de Jesús y la propagan entre la gente. Es un hombre poseído –afirman– y realiza curaciones porque lo hace en nombre de Belcebú, el príncipe de los demonios.

Durante varios siglos existió en Israel la creencia generalizada de que todo el mal en el mundo se debía a una serie de poderes demoníacos. A la cabeza de este «ejército de las tinieblas» se creía que estaba Belcebú; inmediatamente por debajo de él en la jerarquía, estaban seis archidiablos, bajo los cuales actuaban otros demonios, personificaciones de todas las fuerzas del mal: la violencia, la arrogancia, la avaricia, la pereza, la lujuria; a un nivel inferior estaba el «mal» que causaba enfermedades, desgracias, calamidades.

Este era el lenguaje utilizado en ese momento para formular una explicación de la maldad que existe en el universo y Jesús se adapta a esa mentalidad. Para transmitir su mensaje recurre a la imagen de siempre: el «reino de Dios» y el «reino de Satanás» se enfrentan entre sí con sus ejércitos angélicos desplegados en batalla. En realidad se trata de la lucha incesante entre las fuerzas divinas, que dan vida, y los impulsos hacia el mal arraigados en el hombre, causando la muerte. Estas fuerzas diabólicas y homicidas se encarnan, es decir, actúan en y por medio del hombre. El primer ejemplo es el de Pedro a quien Jesús llama «Satanás» (Mc 8,33) porque él es seducido por la sabiduría de este mundo y negó los juicios de Dios.

A las acusaciones de los escribas Jesús responde con un argumento que, además de ser contradictorio, indica el principio para que, en cualquier momento, nos permita discernir quien trabaja en nombre de Dios y quien está del lado del mal. El criterio de discernimiento es la búsqueda del bien y de la vida humana. Todo lo que vaya contra el hombre está movido por el diablo.

Es fácil para Jesús probar que sus obras son de Dios, porque devuelve la vida. Sus acciones son, por lo tanto, incompatibles con los designios de Satanás. El que trabaja a favor del hombre, sana a los enfermos, da pan al que tiene hambre, sea creyente o no, son acciones que solo pueden ser animadas por el Espíritu de Dios.

La segunda imagen que Jesús utiliza para refutar la acusación de los escribas es la de un hombre fuerte que es derrotado por uno más fuerte. El reino del diablo –asegura– tuvo su día, su fin ya ha comenzado porque en el mundo ha entrado una fuerza de bien inmensamente superior. Aunque Satanás aparentemente todavía sea el dominador, de hecho ya ha sido destronado, ya no domina desde arriba y, de hecho, Jesús lo ve «caer del cielo como un rayo»; «El hombre más fuerte» le ha quitado la capacidad de dañar (Lc 10,18-19).

Estas declaraciones son una invitación a la esperanza, un estímulo para crecer en la certeza de que el plan de salvación de Dios se llevará a cabo, a pesar de que aún se requerirá mucho tiempo antes de que esta victoria se manifieste en plenitud. Pensar de otro modo, resignarse frente al mal, dejando caer los brazos, es reconocer que Jesús es menos poderoso que el mal.

El grupo de escribas que cree que Jesús es un agente de Satanás, representa a aquellos que, entonces como ahora, están luchando contra los que, creyendo en Dios o no, se ponen del lado del hombre. Quien oprime al hombre, quien lo esclaviza, se siente cada vez más amenazado y puesto en cuestión por el evangelio de Cristo. Por eso reacciona, se vuelve agresivo, defiende su posición con todas las herramientas del mal, con la amenaza, el insulto, la calumnia e incluso la violencia.

Concluyendo su propia defensa, Jesús hace una afirmación solemne: «Todos los pecados serán perdonados, excepto la blasfemia contra el Espíritu» (vv. 28-30.).

Destacamos en primer lugar la primera parte de la frase. Jesús asegura que todos los pecados serán perdonados. La derrota del mal –es cierto– será plena, universal y definitiva. ¿Cuál es entonces el pecado contra el Espíritu Santo?

Por lo que se dice en el v. 30 se intuye que Jesús acusa de este pecado a los que dicen que su trabajo viene del maligno, los que argumentan que su palabra actúa contra el hombre. Blasfemia contra el Espíritu Santo el que se aleja de Jesús y de su Evangelio, porque cree que indican caminos de muerte.

La declaración de Jesús, por supuesto, no se refiere a la condena al infierno. Él habla del presente, no del futuro, quiere agitar la conciencia y denunciar la gravedad de una elección contraria al plan de Dios y al Espíritu. Para lograr su objetivo pastoral recurre al uso de una imagen impresionante, como lo solían hacer los rabinos de su tiempo, cuando querían inculcar una verdad importante. No es una amenaza de castigo eterno: advierte de un peligro actual.

Y vos, que decidiste ser discípulo de Jesús, ¿trabajas a favor del bien de las personas encarnando así el Espíritu de Dios o permaneces indiferente ante las necesidades de los demás encarnando así el espíritu del mal? Hasta la próxima!