Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?”. El les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?”. Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella”. Entonces Jesús les respondió: “Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”.
En tiempos tan complejos pero fascinantes para el anuncio del Evangelio, una vez más la iglesia está llamada a ser hospital de campaña, la casa materna que acoge a todos, una madre que recibe a sus hijos. También está llamada al anuncio permanente gozoso humilde y claro de la buena noticia, del Evangelio.
Hoy Jesús nos dice “que el hombre no separe lo que Dios ha unido”, “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne”; esta buena noticia sobre la familia la seguimos anunciando con alegria como un proyecto de felicidad sin dejar de acompañar todas las realidades en que nosotros.
Las personas vivimos, sabiendo que Jesús es el compañero de camino que nunca nos abandona y nos conduce a la casa del Padre.
Que tengas un hermoso día.