Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: “Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan”. Pero Jesús le respondió: “Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan”. Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”. Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.
La conquista de la libertad interior es la que nos hace hombres y mujeres que caminamos con rumbo y que vivimos la vida que hemos elegido en las circunstancias que nos toca vivir. Para eso se necesita, dejarnos guiar por el Espíritu, desear realmente vivir en plenitud la misión a la que hemos sido llamados, hacer silencio y reconocer con humildad que no todo lo que hay en nuestro corazón nos acerca a nuestro rumbo, sino que dentro de nosotros se juegan deseos, impulsos, emociones, que nos alejan del camino. Y, entonces, discernir, luchar, elegir aquello que Dios, que nos conoce y nos ama, nos invita a vivir… ésa, es la tarea.
En el Evangelio de hoy nos encontramos con esta lucha interna de Jesús que, después del Bautismo, es guiado por el Espíritu al desierto, donde estará 40 días ayunando, buscando que Dios Padre y su Reino sean siempre el centro de su vida, y rechazando las tentaciones que amenazan su misión y su fidelidad. Vemos a Jesús en un tiempo de prueba, de experiencia interna en la que su libertad y su misión, como enviado de Dios, se verán fortalecidas. Tres tentaciones sintetizan las tentaciones que vive Jesús en su misión, aquellas que debe reconocer y con las que tiene que luchar para ser fiel a su camino.
La primera Tentación es la utilizar el poder para beneficio propio. Jesús no busca acomodarse, no busca en primer lugar satisfacer sus necesidades que se le presentan como prioridad. La confianza la quiere poner en Dios y elige que su alimento principal sea la Palabra que viene del Padre. Todo lo demás tiene que ayudar a que Dios esté primero y en el centro. Cuánto que aprender… cuántas cosas se nos presentan como fundamentales y no lo son. Sólo en Dios está nuestra plenitud y todo lo demás debe estar ordenado hacia Él.
La segunda Tentación es la de buscar tener cosas, poder, gloria, aunque haya que arrastrase, aunque haya que tranzar con cosas que dañan nuestra integridad y nuestra fraternidad. Cuántos de nosotros podemos buscar la seguridad en el poseer. Pues sólo a Dios adorarás, dice Jesús, no te arrodilles ante nada ni ante nadie, sólo ante Dios que te ama y que te levanta. Nada que te esclavice te dará la felicidad que estás buscando.
Y la tercera tentación es la de andar por la vida pidiendo pruebas que corroboren la misión encomendada; buscar signos espectaculares que confirmen una y otra vez lo que sentimos que viene de Dios. Busquemos con serenidad en nuestro corazón la voz que viene de Dios, confiemos y elijamos vivir su voluntad. Él siempre estará a nuestro lado, aún en los momentos que nos parece no encontrarlo.
Que contemplar a Jesús en esta experiencia del desierto nos ayude a vivir este tiempo de Cuaresma, abiertos a reconocer nuestras propias tentaciones, y que preparemos el corazón para la Pascua, rechazando aquello que nos aleja del proyecto de Dios y elijamos lo que construye la fraternidad del Reino en nuestra vida. Que Dios nos bendiga y fortalezca.