La imagen del desierto tiene muchos significados en la vida de la Iglesia.
El desierto es un punto de encuentro para crecer en la búsqueda de Dios, de las demás personas y de nosotros mismos; de alguna manera podemos contemplar allí el silencio, la escucha, la oración y la calma; pero también, podemos encontrarnos en la lucha, el bullicio, la tentación y la tempestad.
La Palabra de Dios nos invita a adentrarnos en nosotros mismos, para que desde Jesús –y con Él- tomemos conciencia de aquellas tentaciones que de una u otra manera nos van quitando la paz.
La gran experiencia del desierto es la fe. El hecho de no ver nada, no impide para gozar de la certeza en lo profundo del corazón que Dios es toda seguridad en la presencia viva de la fe. La esperanza es una lámpara que ilumina éste camino, lo fortalece y lo anima, es por ello que, en medio del desierto, agradecemos el encuentro y la vida que en el silencio se va gestando con sabor a resurrección.
Para encontrar, contemplar y gozar de Dios en el desierto, es necesario entrar con su Espíritu y por Él dejarnos conducir pacientemente abrigando la esperanza que no defrauda y animando la fe que hemos recibido como regalo.
¿Te animás a entrar con el Espíritu de Dios al desierto? No olvides que Jesús está allí, no como un espectador, sino como un hermano y amigo capaz de dar la vida para que vos tengas vida en abundancia.
Carolina Lizárraga, SSpS.