Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: “Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!’. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.
Nos encontramos en el Evangelio de hoy con dos creyentes y sus dos modos de rezar, sus dos expresiones de fe. Uno, fariseo, rezaba comparándose, juzgando al otro -publicano- y pasando lista de sus propios cumplimientos. Quizás él mismo vivía como central estas cuestiones en su vínculo con Dios, bastante frío y esclavo, por cierto. El otro, publicano, rezaba con timidez, incluso tal vez con algo de vergüenza por su propia desprolijidad. También su expresión refleja a un Dios bastante normativo, porque también él se examina en relación a la ley, pero finalmente se retira justificado, experimenta a un Dios que lo devuelve “ensalzado” de la oración. Dice Jesús: “Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero”. Es que, aun sabiendo su pobreza o debilidad, se animó a creer que Dios podía comprenderlo, ayudarlo, rescatarlo… en vez de disfrazarse de méritos y despreciar a sus vecinos para sentirse superior.
– Y mi oración, mis rezos, ¿qué dicen de mí? ¿Qué expresan de mi fe y del Dios con quien me encuentro? ¿Cómo entran los hermanos en mi oración?
No necesitas, Señor, nuestros trofeos, no quieres nuestros diplomas, menos aun te alegras con nuestras competencias. Que estos días de Cuaresma podamos sincerarnos con Vos y con nosotros mismos, para dejarte alcanzarnos también en nuestras miserias y fracasos. Para encontrarte no sólo en nuestra fuerza sino también en la debilidad.