Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”. Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. “No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”. “Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”. El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”. Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.”
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám
Estamos ya de lleno en la Semana Santa, que es la más linda y la más importante. Es la Semana que da sentido a todas las semanas. En este Jueves Santo el evangelio nos invita además a contemplar esa actitud de Jesús; actitud de amor, de entrega, de seguir haciéndose nada por amor.
La acción de lavar los pies estaba reservada para los esclavos. Cuando se daba un banquete el dueño de la casa hacía que sus esclavos lavaran los pies de sus invitados, que eran la parte del cuerpo que más expuesta estaba al polvo y la suciedad de los caminos propios de la Palestina de Jesús en ese tiempo. Sin embargo Jesús va tomar él mismo esta iniciativa: Él toma la condición de esclavo, es decir ponerse en ese lugar. Pero no lo hace por un mero aparentar por un mero servilismo, sino que en ese acto va resignificar muchísimos actos. Hay alguien en que se quiere oponer y es Pedro pero no lo pude conseguir. Le dice “de ninguna manera…” Sin embargo Jesús le explica y lo deja hacer, deja hacer lo propio: toma la toalla y lava los pies.
¡Cómo desconcierta este Jesús! Pero de una manera única Jesús haciendo esto que nos desconcierta renueva el sentido de la acción. Ya no es lavar los pies en sentido literal: es agacharse frente al hermano, postrarse, reverenciar, ponerse por debajo del otro y ponerse a servir. Yo creo que esa es la clave del gesto. Es lo decisivo que hace Jesús en la lectura del Evangelio de hoy. Este es un sentido profundamente simbólico donde se juega el sueño que tiene Jesús para la incipiente comunidad que él va formando y que después va a ser la semilla de lo que es hoy la Iglesia Católica: que no lavemos los pies los unos a los otros. Pero no solamente entre católicos, no entre los que nos parecemos o pertenecemos a una misma comunidad; sino que los que habitualmente caminamos a diario los caminos del mundo en esta nave común de 7 mil millones de personas tomemos conciencia de que el mensaje de Jesús va dirigido a todo varón ya toda mujer de buen corazón que quieren hacer de este mundo un lugar más vivible, más digno y en definitiva más humano.
Lavar los pies al hermano significa descubrir que tengo la capacidad de poder agacharme, de poder reverenciar, de poder ponerme por debajo y priorizar en definitiva el interés del otro por sobre mi propio interés y descubrir que tengo la capacidad de ponerme al servicio de otros. Entonces yo creo que es un lindo desafío éste, el que nos plantea Jesús, en este día tan lindo donde va a cambiar también la medida del Amor. Ya no vale esto los mandamientos y de que uno tiene que amar a hermano como se ama a sí mismo. Lo que Jesús nos pide es que nosotros nos amemos con el mismo amor con que él nos ama. La medida de amor la pone Jesús. Y la medida del amor entonces es entregar la vida.
A los cristianos no nos queda más remedio que vivir esta realidad de poder de veras entregar la vida por amor. Y una clave es el servicio. Una clave es lavarnos los pies los unos a los otros. Sin andar preguntando de dónde vengo, cuál es mi condición social, de qué religión soy, cuánta plata tengo en el bolsillo, que ideología política tengo… Eso divide. Y eso no es de Dios.
Seamos capaces de estar a la altura del mensaje de Jesús en este hermoso día que está cargado de simbolismo: un Iglesia profética porque se pone a lavar los pies especialmente de los más humildes, de los más necesitados, de los “sobrantes” o de los periféricos -en lenguaje de papa Francisco. Una Iglesia misionera y en salida, que se embarra y que busca justamente ayudar, servir abajarse cuanto sea posible para poner de relieve la dignidad hermano y esta manera descubrir que el otro tiene su propia dignidad.
Jueves Santo. Jueves de la Cena. Utopía de una Iglesia que sale y que hace camino junto un montón de hermanos que no se sienten en camino o dentro del camino de la vida. Jueves Santo. Jueves de la Cena del Señor. Jueves donde la Iglesia renueva este compromiso de ser de todos aquellos que habitamos este bendito mundo humano…
Hermano y Hermana que tengas una muy feliz Pascua y te abrazo como siempre desde lo hondo y lo profundo del Corazón de Jesús.