Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo: “Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos”.
Hoy es la fiesta de la Ascensión del Señor, una fiesta que nos desafía y compromete.
En aquel tiempo, los Apóstoles, después de la Resurrección y durante cuarenta días, habían sido visitados por Jesús; tuvieron con Él la experiencia de la reconciliación, de la paz, de la alegría; la experiencia de sentirse nuevamente instruidos sobre el mensaje del Reino. Pero, culminando este tiempo de novedad y consuelo, fue necesario asumir un tiempo de despedida y otro de bienvenida.
Decir adiós al encuentro directo con el Resucitado, al encuentro sin mediaciones; ya no lo verían así nuevamente y de esa manera tan particular. Pero, al mismo tiempo, debieron decir hola y abrir el corazón a una nueva experiencia del Espíritu, que vendría a ellos y los animaría a vivir como amigos del Señor siendo sus testigos y servidores de su misión.
Es la aventura del crecimiento; es la aventura de los procesos de maduración que nos desafían a todos y en todos los ámbitos de nuestra vida. Al comienzo somos totalmente dependientes de otros que nos introducen, nos enseñan, nos dan ejemplo, nos ayudan; pero más adelante, poco a poco, vamos haciendo el camino de hacernos cargo… vamos eligiendo nuestros pasos haciéndonos más conscientes de nuestra libertad y determinándonos por lo que deseamos elegir.
Pues, con nuestro seguimiento de Jesús pasa lo mismo; con nuestra pertenencia a la Iglesia, igual; llega el tiempo de hacer nuestra la misión, de ser parte de un pueblo que va por todo el mundo a predicar el Evangelio: haciendo el bien, amando y reconciliando. Tiempo de afrontar los peligros que ese anuncio implica poniendo la confianza en Dios que no solo nos guía y protege, sino que habita en nosotros y nos anima desde dentro.
Jesús, como en aquel tiempo, nos envía hoy a proponer al mundo entero caminos de conversión y a anunciar el perdón de los pecados. Dios quiere que la gente viva y que pueda entender que siempre hay un lugar para el cambio, que siempre podemos salir de lo que nos aísla y oscurece nuestra vida, y que siempre podemos volver a la bondad y al amor, que es lo que ilumina nuestro corazón.
La fiesta de la Ascensión, es la fiesta del triunfo de Cristo, y esto implica una gran alegría para toda la Iglesia, pero también es la fiesta de la maduración, del hacernos servidores y responsables de su misión; ahora Jesús nos deja la tarea a nosotros: somos sus manos, sus pies, su voz, para anunciar al mundo que Dios ha venido a salvar y que Jesús nos marca el sentido de la vida que se realiza en el amor. Contamos con el Espíritu Santo, Dios en nosotros, que nos impulsa a vivir esta misión en comunidad, en Iglesia.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.