En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: Jesús le respondió: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»
Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, Dios con nosotros que nos anima e impulsa por dentro, para que seamos testigos de Jesucristo en nuestro mundo, y para que vivamos la alegría y la valentía de la fe.
Pentecostés, es un acontecimiento fundamental en el camino de la Iglesia. Gracias al Espíritu es que confesamos a Jesús como nuestro hermano, nuestro salvador y nuestro Dios. Gracias al Espíritu, es que podemos buscar la unidad dejando atrás las diferencias que alejan y discriminan.
La venida del Espíritu Santo es una experiencia que nos impulsa como Iglesia a ser servidores de la misión de Cristo, anunciando al mundo las maravillas del Señor. Pentecostés es la realización de la promesa de Jesús que impulsa al testimonio y a no quedarnos ni cómodos ni quietos ni aplastados por ninguna circunstancia. Es el Espíritu que nos mueve por dentro al anuncio y, fundamentalmente, al amor.
En el Evangelio de hoy, encontramos a los discípulos encerrados y temerosos; escapando de la posibilidad de vivir la misma suerte que Jesús, aquella que lo llevó a la pasión y a la muerte de cruz. En esta realidad oscura es que aparece el Señor Resucitado y les comunica la paz, su paz que reconcilia y restablece el vínculo quebrado. Es Jesús quien se presenta mostrando las heridas de la cruz, ahora como signo del triunfo del amor y de la vida, signo del triunfo del proyecto de Dios. Y aquellos discípulos que antes estaban con miedo, ahora pudieron abrir sus corazones a la alegría.
El encuentro con el Resucitado impulsa a los discípulos a la misión, y para ello Jesús realiza un gesto tan simple como sorprendente: sopla sobre ellos y les infunde así al Espíritu Santo enviándolos a perdonar y a ser signos vivos de la reconciliación de las personas con Dios y entre sí.
En nuestro mundo tan herido y necesitado de amor, Pentecostés es la fiesta de la bondad que Dios siembra en nuestros corazones, para que seamos sembradores también nosotros de unidad, de paz y de perdón. Redoblemos nuestra apertura al Espíritu Santo, para que seamos agentes de amor y de reconciliación en este mundo al modo de Jesús.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.