Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto.» El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos.» Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.» Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta.» Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, fiesta en la que proclamamos nuestra fe en Jesús Eucaristía. El Señor se queda verdaderamente con nosotros como alimento para la vida y el camino, uniéndose íntimamente a cada uno y a la comunidad de la Iglesia, para que junto a Él formemos un solo cuerpo y demos testimonio con nuestra vida de su amor y su entrega para la salvación del mundo.
En el Evangelio de hoy contemplamos a una muchedumbre que ha venido a escuchar a Jesús y, al final de la jornada, los apóstoles sugieren al Señor que despida a la gente para que vayan a procurarse alimento. Denles ustedes de comer, les dice Jesús, y ellos no veían suficiente lo poco que tenían para que sirviera de algo, solo cinco panes y dos peces. El Señor no despreció eso, al contrario, lo tomó, lo valoró, lo agradeció, y lo multiplicó e involucró a sus discípulos para que lo repartieran y colaboraran en saciar la necesidad de la gente.
Jesús tomó lo que los apóstoles le ofrecieron y lo transformó en frutos de amor y servicio para el resto. Como en aquel tiempo, hoy también nuestra ofrenda vale, aunque a nuestros ojos parezca insuficiente, sin embargo, Jesús sigue buscando amigas y amigos que se entusiasmen con la propuesta de la fraternidad del Reino, y así, nos queramos involucrar con lo que somos y tenemos en esta aventura de amor.
Formamos en Cristo un solo cuerpo, y unidos a Él, permaneciendo en Él, seremos sus manos, sus pies, su voz, para seguir llevando adelante su obra en este mundo y en esta historia. La Eucaristía es fuente de esa unidad y motor de esa acción por el Reino. Y porque todos confiamos en su Palabra, y porque como comunidad lo hemos vivenciado, anunciamos al mundo que Cristo está real y verdaderamente presente en la Eucaristía, ofreciendo en ella y cada día, su Cuerpo y su Sangre para restaurar el amor que es lo único que nos salva.
Así como hace 2000 años el Señor se entregó en la cruz por puro amor gratuito, hoy se sigue entregando en la Eucaristía y en todos aquellos que buscamos unirnos a él alimentándonos de él, de su corazón, de sus deseos, de sus sentimientos, de su modo de proceder.
Proclamar nuestra fe en Jesús Eucaristía nos compromete a dejarnos transformar por Cristo para que nuestra vida sea respuesta agradecida a todo el amor que de Dios hemos recibido. Así nuestra vida será también Eucaristía, acción de gracias, unida a Cristo, para responder con amor al amor del Padre y seguiremos anunciando, más con obras que con palabras, que el único camino posible de plenitud para el ser humano se juega en el trabajo por la fraternidad del Reino, gastando nuestra vida para hacernos con Cristo alimento para los demás.
Que Dios nos bendiga y nos fortalezca.