Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados”. Algunos escribas pensaron: “Este hombre blasfema”. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
En el Evangelio de hoy contemplamos a Jesús haciendo este milagro, regalando esta curación pero con una motivación muy especial. Así como al pasar, en este caso particular dice el evangelista que Jesús obra al ver “la fe de esta gente”. Jesús ve la fe de quienes llevaban al enfermo en la camilla, ve la fe de quienes llevaban al paralítico.
Es la fe de la comunidad la que muchas veces moviliza la misericordia de Dios, la que muchas veces acerca la acción de Dios. Ahí está su amor, su esperanza, su fortaleza en acción.
Te invito a contemplar también a los amigos. Así como me gusta ver a Jesús atento, también me gusta ver a los amigos dispuestos atentos a las necesidades de los demás e intercediendo ante el Señor por aquellos que están postrados, por aquellos que están lastimados, por aquellos que están heridos.
Que al contemplar esta escena del Evangelio podamos hacer presentes aquellas personas que hoy necesitan de nuestra intercesión, que hoy necesitan de nuestra oración a Dios para que una vez más Jesús viendo nuestra fe obre milagros.
Que Dios les bendiga y que la Virgen María los cubra con su manto.