Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”. Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
La peculiaridad del amor que nos propone vivir Jesús tiene una triple direccionalidad, el amor a Dios, al amor al prójimo y a uno mismo. No son tres amores distintos, sino que van unidos y se complementan. El amor objetivo, ese que realmente se puede ver en nuestra acción cotidiana es el amor al prójimo, y se expresa en el respeto a la dignidad de los demás y en el servicio a quienes lo necesitan.
Pero ese amor que se pone en obra para el bien de los hermanos, está invitado a nacer, inspirarse, a alimentarse y a madurar en la relación con el Señor. Quien quiera amar al modo de Cristo, tendrá que aprender a gastar tiempo con Cristo; esos tiempos que no responden a la lógica del hacer y producir, esos tiempos que no responden a las aspiraciones de ser vistos o reconocidos; son esos tiempos gratuitos que en la soledad y en el silencio se pone en juego en nuestra intimidad con Dios y hace que el seguimiento lo vivamos en el seno de la relación personal con el Maestro.
El Evangelio de hoy nos relata el encuentro de Jesús con Marta y María. Es Marta quien invita al Señor a su casa, pero gasta su tiempo en mil actividades que la llenan de inquietud. Es Marta quien reprochará a su hermana María, porque mientras ella se desvive para que todo esté a punto, su hermana está sentada junto a Jesús y le dedica tiempo al encuentro y a la escucha. Es Marta quien le pide al Maestro que reprenda a su hermana por su pasividad. Pero también será Marta la sorprendida cuando Jesús le dice que María ha elegido la mejor parte y que nadie se la quitará.
Cuánto que aprender; cuánto camino para desandar y para volver a la fuente del amor y de la paz en nuestra vida. Cuántas tareas no discernidas ocupan nuestra cotidianeidad; cuánto descuido a la relación con Dios y también a la relación con los demás, por cumplir objetivos caprichosos que ponen a otras cosas en el centro y nos distraen de lo fundamental de nuestra convivencia, de nuestra vocación a la fraternidad.
El Evangelio no está contraponiendo pasividad y trabajo, tampoco contrapone la actitud contemplativa a la vida de servicio. Jesús no le reprocha a Marta su actividad, pero sí le hace reconocer que está inquieta y nerviosa, y que está llenando su corazón de reproches. No es el amor el motor de su acción, quizás lo será el sentirse protagonista, o el ser reconocida, o que todo esté en orden; pero lo cierto es que había invitado a Jesús a su casa y lo que deseaba el Señor, antes que nada, era compartir tiempo de amistad con ella, un tiempo inútil a algunas miradas, pero un tiempo fundamental y riquísimo para quien quiera vivir y cuidar el fuego del amor. Volver a lo esencial de la fe y de nuestro seguimiento de Cristo, es volver a la relación con Él, en la oración, en la intimidad, en los sacramentos, en la comunidad, para dejarnos mirar, para caer en la cuenta de su amor, para aprender de Él y discernir su voluntad. Y así elegir cada día amar en las circunstancias en las que estemos, sin reproches ni reclamos, sino dándonos con alegría, con Jesús, para la salvación del mundo. Que Dios nos bendiga y fortalezca.